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Actualizado: 25 de junio de 2025


Obdulia persistía, sin embargo: los síncopes eran cada vez más frecuentes y prolongados, las visiones más intensas; aseguraba con mal reprimido fuego que veía a Jesús, que veía al ángel. El P. Gil dudaba siempre, o fingía dudar, haciendo un gesto desdeñoso cada vez que la joven relataba con labios temblorosos aquellos favores del cielo.

Los objetos ofrecíanse indecisos y temblorosos, como si hubieran perdido sus contornos, y la luz se filtraba con trabajo por aquel cielo de algodón para sumirse luego en la tierra negra y húmeda. Respirábase en este ambiente espeso, que no hería apenas ruido alguno, cierta calma: pero una calma que oprimía en vez de refrescar el corazón. Volví los ojos hacia la ciudad.

Las vacas tamberas se aproximaban solas a sus palenques desoyendo los reclamos temblorosos de sus crías embozaladas y mientras todo despertaba a la tarea diurna en aquel breve trecho, cruzaba el espacio una bandada de patos laguneros, rumbo a la luz, dejando caer desde lo alto gritos que parecían decir como el del cuervo de Poé: «¡ja... más!... ¡ja... más!...»

Mirándola se creía ver un relampagueo de reflejos temblorosos, como los que produce la luz sobre la superficie del agua agitada. Aquella débil criatura, en la cual parecía que el alma estaba como prensada y constreñida dentro de un cuerpo miserable, se ensanchaba y crecía maravillosamente al hallarse sola con su amo y amigo.

Se puso repentinamente lívida, y con los labios temblorosos por la ira, exclamó: ¿Qué estás diciendo ahí? ¿Será necesario llevarte a Leganés?... Vamos, vamos añadió con acento despreciativo, hazme el favor de dejarme en paz. Ve a refrescarte, porque lo necesitas. La faz de Gonzalo se contrajo violentamente; su boca se abrió con una expresión de feroz sarcasmo, llamearon sus ojos.

Un vapor trasparente y azulado llenaba todo el espacio y descomponía y borraba los contornos de los objetos dejando en ellos únicamente el color, y á veces sólo la mancha. Allá en los rincones del valle todavía se observaban algunos jirones de niebla, algunos pedazos blancos de muselina que no consiguieron levantarse y que se movían temblorosos entre el amarillo follaje de los árboles.

La Gorgheggi miró en rededor, se aseguró de que no había testigos, le brillaron los ojos con el fuego de una lujuria espiritual, alambicada, y, cogiendo entre sus manos finas y muy blancas la cabeza hermosa de aquel Apolo bonachón y romántico, algo envejecido por los dolores de una vida prosaica, de tormentos humillantes, le hizo apoyar la frente sobre el propio seno, contra el cual apretó con vehemencia al pobre enamorado; después, le buscó los labios con los suyos temblorosos....

Entonces, le rogar a su antiguo compañero que le sirviese de padrino en un lance de honor... a propósito de unas palabras... que usted ignora sin duda, tía Liette... La anciana movió la cabeza. No, no ignoraba nada, ni el ataque ni la defensa, y una presión significativa de sus temblorosos dedos dijo su tierno agradecimiento hacia su valiente campeón.

Palabra del Dia

lanterna

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