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Actualizado: 25 de junio de 2025


Todo lo devoró Jacobo línea a línea, letra a letra, pasando por todas las emociones de la sorpresa: el pasmo, el rencor, la esperanza, el recelo; hundiéndose ambas manos en su crespa cabellera y apretándose el cráneo como para impedir que su atención se distrajese; oprimiendo algunos de aquellos papeles entre sus dedos temblorosos, como si quisiera indicar que eran suyos, que a él solo pertenecían, y nadie en el mundo se los había de arrebatar; a veces, deteníase un instante, cerraba los ojos y respiraba con fuerza, como si le faltase el aliento...

Ramiro respondía que con la cabeza; pero como ella, retirándose hasta el fondo de la alcoba, le demandaba de nuevo: ¿Lo juras? ¿Lo juras? El, buscándola, musitaba como ebrio: ¡; lo juro! ¡Lo juro! Otras veces, en las horas de saciedad, la sarracena se erguía sobre las almohadas, y, con los labios temblorosos, declamaba algún pasaje evangélico del Alcorán.

Los objetos ofrecíanse indecisos y temblorosos, como si hubieran perdido sus contornos, y la luz se filtraba con trabajo por aquel cielo de algodón para sumirse luego en la tierra negra y húmeda. Respirábase en este ambiente espeso, que no hería apenas ruido alguno, cierta calma: pero una calma que oprimía en vez de refrescar el corazón. Volví los ojos hacia la ciudad.

Había estao güeno. Pero el torero no contestaba a estas exclamaciones de entusiasmo. Se llevó las manos al vientre, agachándose en una curvatura dolorosa, y comenzó a andar con paso vacilante y la cabeza baja. Por dos veces la levantó, mirando a la puerta de salida como si temiese no encontrarla, perdido en temblorosos zigzags, cual si estuviese ebrio.

Era tardo de palabra, y de voz áspera y recia; y mientras las emitía, muy acentuadas y con cierto repicoteo de pronunciación, se tiraba dulcemente de una patilla con los dedos de la mano del mismo lado, apiñados, tiesos y algo temblorosos, como si por allí buscara el chorro de verbosidad, que no salía por ninguna parte, y daba a sus ojos asombradizos una expresión tan rara, que podía dudarse si pedía con ellos misericordia o reclamaba un aplauso.

En todas las casas sus moradores estaban en vela y esperándonos; veíase en el umbral de todas las chozas, algún viejo o algún niño teniendo en la mano un velón de cobre, alumbrando temblorosos sus rostros pálidos y llenos de lágrimas, tiritando de frío en aquella helada noche de diciembre.

El enfermo se agita, se estira, efectúa el movimiento como para bostezar; su estado se agrava hácia la noche, no puede dormir; las manos y los piés están helados, adormecidos, temblorosos; frio interior sin calosfríos, pero con laxitud y pesadez de cabeza que le fatiga; la cara y las partes genitales se conservan calientes; tiene apetito y se dispone á satisfacerle.

Y a todas horas, por todas las calles, van y vienen viejos, con sus caperuzas y zahones, montados en asnos con cántaros; viejos encorvados, viejos temblorosos, viejos cenceños, viejos que gritan paternalmente a cada sobresalto del borrico: ¡, buche!... ¡, buche! La plaza es ancha.

Cual turbas de pilluelos, aquellas migajas de la basura, aquellas sobras de todo se juntaban en un montón, parábanse como dormidas un momento y brincaban de nuevo sobresaltadas, dispersándose, trepando unas por las paredes hasta los cristales temblorosos de los faroles, otras hasta los carteles de papel mal pegado a las esquinas, y había pluma que llegaba a un tercer piso, y arenilla que se incrustaba para días, o para años, en la vidriera de un escaparate, agarrada a un plomo.

Sepúlveda empezó con desdén, y acabó turbado. El clérigo lo oía con la cabeza baja y los labios temblorosos, y se le veía hincharse la frente.

Palabra del Dia

lanterna

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