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Ramiro respondía que con la cabeza; pero como ella, retirándose hasta el fondo de la alcoba, le demandaba de nuevo: ¿Lo juras? ¿Lo juras? El, buscándola, musitaba como ebrio: ¡; lo juro! ¡Lo juro! Otras veces, en las horas de saciedad, la sarracena se erguía sobre las almohadas, y, con los labios temblorosos, declamaba algún pasaje evangélico del Alcorán.

El Consuelo. La Iglesia. La Ley natural y la escrita. El Judaismo ó la Sinagoga. El Alcorán ó el Mahometismo. La Herejía y la Apostasía. El Ateismo. Los siete Sacramentos. El Mundo. Las cuatro partes del mundo. La Naturaleza. La Luz, casi siempre como símbolo de la Gracia. La Obscuridad. El Sueño y la Ilusión que produce. La Muerte. El Tiempo. Las estaciones y las horas.

Y así como recientemente, después de una de estas batallas, la mayoría de los españoles se hizo partidaria furiosa de los derechos individuales, entonces se hizo partidaria del Alcorán de Mahoma. Poco duró el dominio del extranjero en nuestra tierra. España se declaró independiente de los califas de Damasco y eligió rey para . El primer Abderramán fue el D. Amadeo de entonces.

Ni yo que te diga, Silvia mia, Sino que á tal estremo soi venida, Que le tengo de amar sea quien se fuere; Solo te ruego, que procures, Silvia, De ablandar esta fiera tigre Hircana, Y atraerle con dulces sentimientos A que sienta la pena que padece Esta misera esclava de su esclavo: Y si esto, Silvia, haces, yo te juro Por todo el Alcoran de buscar modo Como con brevedad alegre vuelvas Al patrio dulce suelo deseado.

Al diablo por estos tornadizos dijo el estropeado Cigarral así como vió trasponer al morisco hortelano ; al diablo por estos tornadizos, que siempre responden con sentencias y palabras de compás y medida, que huelen todavía al Alcorán, como pólvora al azufre, y como vasija al primer caldo que encerró en ella.

Los prisioneros comparecían ante el «escribano de presas» como testigos del suceso, y se les exigía juramento de verdad «por Alaquivir, el Profeta y su Alcorán, alto el brazo y el dedo índice, mirando su rostro al nacimiento del sol». Mientras tanto, los duros corsarios ibicencos, al repartirse el botín, apartaban un fondo para la compra de sábanas destinadas a convertirse en vendajes de sus futuras heridas, y dejaban otra parte de las ganancias para que «un sacerdote celebrase misa todos los días mientras ellos estuviesen fuera de la isla».

El asno, digo, picaba tan sereno y con un pasitrote tan reposado y suave, que el jinete, entregándose a su fantasía, iba diciendo en sus adentros de esta manera: "En las escuelas de Cuf pocos igualaron, y ninguno descolló, sobre la reputación mía: con puntos y comas las Suras del Alcorán, las decisiones de la Zuna y los dichos de los Cadís.

Nadie se atrevía a adelantarse, y aunque en el desorden de las vestiduras se dejaba ver la punta de una leve chinela de tafilete y oro, como no se hallaba a mano ningún tenacero de plata de longuísimos mangos para remediar aquel preciosísimo desgaire, necesario fué dejar las cosas en su primitivo estado por no probar, el que indiscreto anduviera tocando lo que no debía, la agradable aventura de verse dividido en dos partes, como algunos capítulos del Alcorán.

Alargue aquél su limosna al pordiosero, aunque lleve en su mano un Alcorán; compadézcase éste del huérfano y la viuda, aunque sean de la secta maldita de Mahoma; ofrezca de beber al muslim sediento que pasa, o pida de su cántaro a la infiel, como Jesús a la Samaritana; nada digo, que todo esto lo enseña el mesmo Evangelio, que es ley individual y pan de cada día; pero, sonada la hora grande y justiciera, sepamos cumplir sin melindres los designios del Señor, porque hay otra ley, hijo mío agregó levantando la mano y la voz como un antiguo profeta, otra ley más anciana, ley de los pueblos; hay otro testamento, donde Dios mesmo, con su propia palabra, dicta la sentencia a los impíos, diciendo a Moisés: «Pondrás con mi favor el cuchillo a la garganta del Amorrheo, del Cananeo, del Pherezeo, del Hetheo, del Heveo, del Jebuseo hasta quitalles la vida»; agregando: «y no tengas con ellos misericordia», nec misereberis earum.

Allí encontró gran número de doctores y alfaquíes que estudiaban noche y día en el libro bajado del cielo, en la manifestación de los decretos de Alah, en una palabra, en las suras y aleyas del divino Alcorán.