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Pues Jesús, cansado del camino, así se sentó a la fuente. Era como la hora sexta. 7 Vino una mujer de Samaria a sacar agua; y Jesús le dice: Dame de beber. 9 Y la mujer samaritana le dice: ¿Cómo , siendo judío, me pides a de beber, que soy mujer samaritana? Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.

El acto, no bien desaparece Mefistófeles, termina con una escena mística, en una Tebaida celestial, donde los Padres del yermo, la Magdalena, la Samaritana, Santa María Egipciaca, la misma Margarita, y los doctores extáticos, seráficos y profundos, cantan dignamente de la caridad, de la redención, de la gloria y del amor divino, mientras el alma de Fausto sube al cielo en virtud de lo femenino eterno: expresión filosófica con que Goethe designa a la Madre de Dios o al concepto de que procede, y con que pone fea discordancia en los dichos cantares religiosos.

«Todo depende de que usted sepa mandar a paseo a la loquilla continuó Nicolás saliendo de su abstracción . Ya sabe usted lo que Jesús le dijo a la samaritana cuando habló con ella en el pozo, en una situación parecida a la que ahora tenemos usted y yo...». Fortunata se sonrió, afectando entender la cita; pero se había quedado a oscuras.

Alargue aquél su limosna al pordiosero, aunque lleve en su mano un Alcorán; compadézcase éste del huérfano y la viuda, aunque sean de la secta maldita de Mahoma; ofrezca de beber al muslim sediento que pasa, o pida de su cántaro a la infiel, como Jesús a la Samaritana; nada digo, que todo esto lo enseña el mesmo Evangelio, que es ley individual y pan de cada día; pero, sonada la hora grande y justiciera, sepamos cumplir sin melindres los designios del Señor, porque hay otra ley, hijo mío agregó levantando la mano y la voz como un antiguo profeta, otra ley más anciana, ley de los pueblos; hay otro testamento, donde Dios mesmo, con su propia palabra, dicta la sentencia a los impíos, diciendo a Moisés: «Pondrás con mi favor el cuchillo a la garganta del Amorrheo, del Cananeo, del Pherezeo, del Hetheo, del Heveo, del Jebuseo hasta quitalles la vida»; agregando: «y no tengas con ellos misericordia», nec misereberis earum.

Otras veces le parecía mujer de la Biblia, la Betsabée aquella del baño, la Rebeca o la Samaritana, señoras que había visto en una obra ilustrada, y que, con ser tan barbianas, todavía se quedaban dos dedos más abajo de la sana hermosura y de la gallardía de su amiga.

Porque figúrense ustedes que consigo hacer de esta samaritana una señora ejemplar y tan católica como la primera... figúrenselo ustedes...». Al pensar esto, Nicolás creía estar hablando con sus colegas. Tomaba en serio su oficio de pescador de gente, y la verdad, nunca se le había presentado un pez como aquel.

A la samaritana se le aguaron los ojos, y pensó en lo que sería ella convertida de chica en señora, la imaginación limpia de aquella maleza que la perdía, la conciencia hecha de nuevo, el entendimiento iluminado por mil cosas bonitas que aprendería.

Convengo en que así pueden disculparse los hechos referidos en el Romancero de El Niño de Nazaret, donde el coloquio con la Samaritana, la resurrección de Lázaro, el perdón de la mujer adúltera y otros pasajes de los santos Evangelios se leen prefigurados y escritos en narración infantil y como lectura propia para niños.

Confundida con otras compañeras en un grupo que estaba a la puerta del comedor, la siguió con sus miradas, y se puso en acecho junto a la escalera para verla de cerca cuando bajase, y se le quedó, por fin, aquella simpática imagen vivamente estampada en la memoria. La impresión moral que recibió la samaritana era tan compleja, que ella misma no se daba cuenta de lo que sentía.

El calzado estrecho es gran suplicio, y la molestia física corta los vuelos de la mente. Habían pasado por junto a los cementerios del Norte, luego hicieron alto en los depósitos de agua; la samaritana se sentó en un sillar y se quitó la bota. Maximiliano le hizo notar lo bien que lucía desde allí el apretado caserío de Madrid con tanta cúpula y detrás un horizonte inmenso que parecía la mar.