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Al puerto y fuerte llegan voceando, Con trompas, y bocinas y atambores; Las centinelas andan rodeando El fuerte, y el poblado y rededores. Tocan arma; en un punto peleando Con esfuerzo vereis los pobladores: Rodrigo Ortiz de Zárate es teniente, Hombre de presumpcion y muy valiente.

Son tentáculos que el vientre del buque echa en el espacio para cazar oxígeno, trompas de acero que con el impulso de la marcha van chupando vida... No extrañe, Ojeda, que me ponga lírico. Yo no he viajado como usted.

De arriba les echaban trompas y ollas de fuego artificial y barriles de pólvora, con que quemaron muchos, mas no para que se les quitase de cavar.

He crecido y he vivido delante de esa eterna historia de una eterna caza y de un eterno amor, preguntándome sin cesar qué sucedería cuando los personajes en escena hubiesen vuelto al antiguo castillo de torrecillas que se ven en una lontananza degradada... Pero jamás mi pregunta infantil tuvo la satisfacción de una respuesta, y mis sueños siguieron meciéndose con los sonidos encantadores que yo suponía que debían salir de las diferentes trompas llevadas por legendarios caballeros.

El zapicano ejército venia Con trompas y bocinas resonando; Al sol la polvareda obscurecia, La tierra del tropel est

Los bárbaros á vista se llegaron Con órden y aparato de guerreros, Con trompas, y bocinas y atambores, Hundiendo todo el campo y rededores.

Gruñían las trompas de los automóviles; gritaban los cocheros; pregonaban los vendedores de papeles la hoja con la estampa e historia de los toros que iban a lidiarse, o los retratos y biografías de los toreros famosos, y de vez en cuando una explosión de curiosidad hinchaba el sordo zumbido de la muchedumbre.

Si Barinaga tomó de don Pompeyo su apostasía, Guimarán se contagió con el odio de don Santos al Provisor y a doña Paula. «¡Era escandaloso, ciertamente, aquel tráfico indigno!». Los dos viejos fueron trompas de la fama contra la honra del Provisor.

Ni faltaban en las tiendas de muñecos trompas marinas, siempretiesos, sables y fusiles de madera y de latón, y especialmente Santos Domingos de diversos tamaños, todos de barro cocido y pintados de vivísimos colores. Estas imágenes eran las que más se vendían, porque el santo inspiraba en el pueblo devoción fervorosa.

Viejas trompas se limpian de su herrumbre de siglos, viejas arcas se abren, donde el tiempo juntara en revueltas marañas, con provectos armiños las guedejas doradas de infantiles cabezas; los aceros de guerra, en el ignoto crisol del Amor, hoy se funden para hacer los arados que abrirán las entrañas de la fértil llanura, y al llover el sudor de las frentes hermanas, granarán las espigas de los trigos del Mundo que serán los de Hispania...!