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Siguiendo los pífanos y atambores de los tercios y el flamear de las banderas con águilas de doble cabeza, el pobre hidalgo iba al encuentro de la gloria, pero también de la miseria.

Estaban en ella cuatro rufianes, y el atambor era uno que había sido corchete, y gran chocarrero, como lo suelen ser los más atambores.

No habia cosa mas hermosa, mas vistosa, mas lucida, ni mas bien ordenada que ámbos exércitos: las trompetas, los pífanos, los atambores, los obués y los cañones formaban una harmonía qual nunca la hubo en los infiernos.

Su razón formulaba de nuevo las preguntas elementales que acosaron su niñez. ¿Dónde se redondea el granizo? ¿Quién hace resonar los atambores del trueno? ¿Quién fabrica los vientos? ¿De vienen?... Otras veces oteaba la ciudad. Los hidalgos caserones le hablan un lenguaje de soberbia y de triunfo.

Con esta intención siguió su camino, por el cual anduvo dos días sin acontecerle cosa digna de ponerse en escritura, hasta que al tercero, al subir de una loma, oyó un gran rumor de atambores, de trompetas y arcabuces.

Murió un árabe de la tribu de Setoc, y la viuda, por nombre Almona, persona muy devota, anunció el dia y la hora que se habia do tirar al fuego, al son da atambores y trompetas.

Pregonóse su llegada para que todos los caballeros escuderos y personas que tuviesen cabalgaduras, saliesen á recibirlos á la Puerta de la Macarena á las 7 de la mañana juntamente con todos los ministriles que tuviesen «atambores e atabales e tamborinos e trompetas e cheremias e gaitas e panderetes salgan al dho. recibimiento y vengan tañendo delante del pendon

Al puerto y fuerte llegan voceando, Con trompas, y bocinas y atambores; Las centinelas andan rodeando El fuerte, y el poblado y rededores. Tocan arma; en un punto peleando Con esfuerzo vereis los pobladores: Rodrigo Ortiz de Zárate es teniente, Hombre de presumpcion y muy valiente.

¿Cómo dices eso? -respondió don Quijote-. ¿No oyes el relinchar de los caballos, el tocar de los clarines, el ruido de los atambores? -No oigo otra cosa -respondió Sancho- sino muchos balidos de ovejas y carneros. Y así era la verdad, porque ya llegaban cerca los dos rebaños.

Ordenados los escuadrones, les dirigió Taric una plática semejante á esta: «¡Oh muslimes! ¿veis ese poderoso ejército bajo cuyos pies tiembla la tierra, i que hace resonar los aires con el crujido de las armas, con el estruendo de las trompas i atambores, i con los alaridos con que se anima á la pelea? ¿Veis cuan mayor es en número al de nosotros?