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Hizo una pausa, mondó el pecho, y, como un figurante, recitó el siguiente discurso: Hoy día, ¡voto a Cristo!, no hay escudo que defienda como el que suena en la bolsa, atambor que haga marchar mejor que los doblones, reales más lucidos que los de plata. Antaño se arriesgaba la vida por la gloria del rey, hogaño por su rostro acuñado en Segovia.

Púsome nombre del perro sabio y no habíamos llegado al alojamiento cuando, tocando su atambor, andaba por todo el lugar pregonando que todas las personas que quisiesen venir a ver las maravillosas gracias y habilidades del perro sabio, en tal casa, o en tal hospital, las mostraban, a ocho, o a cuatro maravedís, según era el pueblo, grande o chico.

Eran pasadas las once de la mañana cuando Ramiro y su criado dejaron la ciudad, tomando, hacia la izquierda, el camino exterior que corre, por la parte de Mediodía, al pie de los muros. El muchacho caminaba por delante con el gesto despejado y feliz, y aunque llevaba el estómago más hueco que un atambor, su instinto atisbaba cierto olorcillo de aventura que hacía para él las veces de sustento.

Estaban en ella cuatro rufianes, y el atambor era uno que había sido corchete, y gran chocarrero, como lo suelen ser los más atambores.

La barbara nacion que se juntaba, No pudiera escaparse de su mano. Si el bravo y crudo Marte se hallára Con tal gente de guerra, tan ufano Y altivo se sintiera, que en la tierra A todos los mortales diera guerra. La trompa y atambor les ayudaba, Los caballos calor iban tomando: Contento grande, cierto, que causaba Aquesta gente allí escaramuzando.

Primero es menester que se refrene El vicio que entre todos se derrama, Que si este no se quita, en nada tiene Con ellos que hacer la buena fama: Si este daño común no se previene, Y se dexa arraigar su ardiente llama, El vicio solo puede hacernos guerra Mas que los enemigos desta tierra. Dentro se echa este vando, haviendo primero tocado á recoger el atambor.

BERGANZA. Es, pues, el caso que el atambor, por tener con qué mostrar más sus chacorrerías, comenzó a enseñarme a bailar al son del atambor y a hacer otras monerías, tan ajenas de poder aprenderlas otro perro que no fuera yo, como las oirás cuando te las diga.

Era un antiguo episodio del desastre de los Gelves. Hablaba despacio, con acento semejante al son de un atambor destemplado, y más de una vez sus ojos se humedecieron al recordar las vergüenzas de aquella jornada. Describía el desorden y la fuga de las naves cristianas al presentarse de improviso la armada turquesca.

Dime tanta priesa a huir y a quitarme delante de sus ojos, que creyeron que me había desaparecido como demonio; en seis horas anduve doce leguas, y llegué a un rancho de gitanos, que estaba en un campo junto a Granada; allí me reparé un poco, porque algunos de los gitanos me conocieron por el perro sabio, y con no pequeño gozo me acogieron y escondieron en una cueva, porque no me hallasen si fuese buscado, con intención, a lo que después entendí, de ganar conmigo, como lo hacía el atambor mi amo.

Ya conozco ese príncipe dijo don Cleofás , y le he visto en la Corte, y es tan generoso y entendido como gran señor. Con esta plática llegaron a la Cabeza del Rey don Pedro, cuya calle se llama el Candilejo , y atravesando por cal de Abades, la Borciguinería y el Atambor , llegaron a las calles del Agua , donde tomaron posada, que son las más recatadas de Sevilla.