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Tal sospecha, lo confieso, me quita las ganas de oir las lecciones de V., que de otro modo me entusiasmarían; tal sospecha disminuye el valor de dichas lecciones, que se me figuran interesadas y maliciosas: más que medio de enseñarme, me parecen medio de embaucarme. La malicia la pones , sobrina respondió el Comendador. Yo procedo con la mayor sencillez.

Cuando yo esté en mi posición, en mi verdadera posición, no diré jamás una mentira. ¡Cuánto me repugna lo que no es verdad!... ¿Pero qué pensaría esa gente si yo les dijera que voy de paseo con Miquis?... Es domingo, hoy no tiene clase, y anoche me dijo que quería enseñarme las cosas bonitas de Madrid, el Museo, el Retiro, la Castellana». Y volvió a mirarse las botitas.

Larga era la distancia a que de mi iba a ponerse, y o renunciaba el honorífico y encumbrado oficio que se le había dado, o descuidada me dejaba, estando entre ambos los mares. Había yo cumplido ya mis diez y ocho años, y enseñádome habían las buenas madres todo lo que enseñarme podían. Mis dos ancianas tías habían muerto la una tras la otra.

Asimismo, mi compañero el pastor, que casi me había desagradado, como representante de aquella humanidad, de la cual huía yo, había llegado gradualmente á serme necesario; inspirábame ya confianza y amistad; no me limitaba á darle las gracias por el alimento que me traía y por sus cuidados; estudiaba y procuraba aprender cuanto pudiera enseñarme.

Lea estos papeles, por vida del licenciado, que no ha salido en campaña ¡voto a Cristo! hombre ¡vive Dios! tan señalado"; y decía verdad, porque lo estaba a puros golpes. Comenzó a sacar cañones de hoja de lata y a enseñarme papeles, que debían de ser de otro a quien había tomado el nombre. Yo los leí, y dije mil cosas en su alabanza, y que el Cid ni Bernardo no habían hecho lo que él.

Entretanto, sobre el nombre de Mervyn, que la señorita Margarita había dado á su guardia de Corps, mi vecina de la izquierda, la señorita Helouin, se lanzó á toda vela en el cielo de Arturo, y quiso enseñarme que Mervyn era el nombre auténtico del célebre encantador que el vulgo llama Merlín.

De él aprendió a condimentar exquisitos guisos, no pocos de los cuales tuvo luego la bondad de enseñarme. Ahora bien, yo quiero mostraros mi habilidad y probar al mismo tiempo la extraordinaria importancia de la harina. Voy a ser, además, como cierto tocador de viola en extremo habilidoso que tocaba en una sola cuerda multitud de sonatas.

El lector no llevará á mal que yo me pare en estas menudencias, ya porque estas menudencias, son faces características en donde se refleja la vida de un pueblo, ya tambien porque tengo necesidad de apreciar estas cosas, con el fin de educar mis sentimientos propios. No lo hago por enseñar á quienes saben más que yo; sino por enseñarme y corregirme á mismo.

Unas veces quiere enseñarme a derribar, para llevarme luego a Sevilla, donde dejaré bizcos a los ternes y gente del bronce, con la garrocha en la mano, en los llanos de Tablada. Otras veces se acuerda de sus mocedades y de cuando fue guardia de corps, y dice que va a buscar sus floretes, guantes y caretas y a enseñarme la esgrima.

Lea estos papeles -me dijo-, por vida del licenciado, que no ha salido en campaña, ¡voto a Cristo!, hombre, ¡vive Dios!, tan señalado. Y decía verdad, porque lo estaba a puros golpes. Comenzó a sacar cañones de hoja de lata y a enseñarme papeles, que debían de ser de otro a quien había tomado el nombre. Yo los leí y dije mil cosas en su alabanza y que el Cid ni Bernardo no habían hecho lo que él.