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Cuando entraron en el agujero del túnel que conducía al bosquecillo de pinos, perdió enteramente de vista a su amiga y hasta dejó de escuchar el ruido de sus botitas por el suelo. Al hallarse en medio de la cueva, sumido en las tinieblas, creyó oír muy confusamente el eco de un sollozo y sintió aún más oprimido su corazón. Después de salir a la luz, empezó a encontrarse mejor.

Como el día era de trabajo y la hora la menos a propósito para el descanso, eran dueñas absolutas de todo el paseo, para correr por él sin estorbos ni tropiezos, hasta media docena de niñas, de nueve años la más esponjada; todas risueñas, todas ágiles, todas hechiceras, como son todas las niñas a esa edad, cuando no están cohibidas por la opresión del vestido de gala o de las botitas recién estrenadas.

En cambio en la cuarterona es muy común encontrar tipos que no solamente no usan chinelas, sino que aun dentro de casa están oprimidas con el corsé y las botitas; cuarteronas que dicen no hablan tagalo, ni comen lechón ni morisqueta y que tienen cama en alto, suscripción á La Moda Elegante, batas encañonadas, pendientes largos y escote cuadrado.

Olor de polilla y de flores mustias y de perfumería podrida y descompuesta por la vejez, salía de aquellos despojos. Veíanse también por el suelo, junto al armario, zapatos y botitas apenas usados, y un corsé cuyo cordón suelto describía rúbricas por el suelo. Mirando esto, la marquesa recordó el más triste detalle de aquel día triste.

Una zagalona tenía en la cabeza toquilla roja con agujeros, o con orificios, como diría Aparisi; otra, toquilla blanca, y otra estaba con las greñas al aire. Esta llevaba zapatillas de orillo, y aquella botitas finas de caña blanca, pero ajadas ya y con el tacón torcido. Los chicos eran de diversos tipos.

Durante aquellos dos meses, no es solo el halago lo que las rodea, sino que también un lujo que no han visto ni soñado jamás. Su corto y áspero patadión se transforma en la crujiente falda de gró, sus piés los aprisionan diminutas botitas de raso, sus piernas se recubren de finas mallas, y en sus hombros, y entre las negrísimas hebras de su cabellera, descansan perlas y brillantes.

Ver partir a doña Jacinta era quedarse Adoración sin alma, y Severiana tenía que ponerse seria para hacerla entrar en razón. Aquel día le llevó la dama unas botitas muy lindas, y prometió llevarle otras prendas, pendientes y una sortija con un diamante fino del tamaño de un garbanzo; más grande todavía, del tamaño de una avellana.

Caído al pié de una silla había un peinador de batista, y medio ocultas por sus huecos pliegues unas botitas de raso negro con pespuntes blancos. Puesto en el borde de una mesilla que sostenía algunos libros ricamente encuadernados, se veía un espejo de mano con mango de marfil. Era el amigo más íntimo, el abogado consultor de la niña, el que decidía sin apelación del efecto de los peinados.

Un mercader chino, de esos que han nacido para el mostrador y que está tan incrustado á él como la sonrisa á su cara, me puso al tanto de cuanto ocurría. Por su conducto se habían hecho muchos pedidos á Manila de cintas, lazos, plumas, abalorios y lentejuelas, y hasta me dijo que uno de los vestidores había encargado medias de seda, ligas azules, y botitas imperiales de raso grana.

Ya lo creo, dijo el D. Juan ahuecando la voz y haciendo un gesto muy pronunciado, como que gasta botitas, canta villancicos y sabe algún que otro cundiman; verdad es que no es bonita, que no tiene accionado, que no si ha trabajado en toda su vida, y que habla muy incorrectamente el español; pero ¡qué demonio! tengo dama, y sobre todo, caballeros, no me lleva como la que se ha ido, cincuenta pesos por función, contentándose solo con veinticinco.