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Al fin se la otorgaron, pero fue para despedirle a los pocos días: la música de Juan no agradaba a los parroquianos del Café de la Cebada; no tocaba jotas, ni polos, ni sevillanas, ni cosa ninguna flamenca, ni siquiera polkas; pasaba la noche interpretando sonatas de Beethoven y conciertos de Chopín: los concurrentes se desesperaban al no poder llevar el compás con las cucharillas.

De él aprendió a condimentar exquisitos guisos, no pocos de los cuales tuvo luego la bondad de enseñarme. Ahora bien, yo quiero mostraros mi habilidad y probar al mismo tiempo la extraordinaria importancia de la harina. Voy a ser, además, como cierto tocador de viola en extremo habilidoso que tocaba en una sola cuerda multitud de sonatas.

Empezaron a aprender español en el dialecto del país, oscuro y corrompido; todo su espiritualismo se iba embotando, y por más que procuraban mantener el fuego sagrado de la idealidad a fuerza de sonatas clásicas, tocadas por Marta en un piano de cola, y a fuerza de libros y periódicos ilustrados que su padre hacía traer de Alemania, ello era que el medio ambiente les invadía y transformaba; el desdén con que al principio miraron y trataron a la gente tosca, en medio de la que tenían que vivir, se fue cambiando insensiblemente en curiosidad; llegó a ser interés, imitación, emulación, y el orgullo ya no consistió en despreciar, sino en deslumbrar.

Tocaba el violín cuando no era más alto que él, lo mismo que el piano y el órgano. Con leer una vez una canción, tenía bastante para ponerla en música exquisita, que parece de sueño y de capricho, y como si fuera un aire de colores. Escribió más de quinientas melodías, a más de óperas, misas, sonatas, sinfonías y cuartetos. Murió pobre a los treinta y un años.

Es convertir nuestro cerebro en organillo que toca diversas sonatas, según el registro que se toca, y en linterna mágica, con movimiento y todo, como la que se ha inventado recientemente, con auxilio de la fotografía, que proyecta escenas, personajes y lances, con la diferencia de que los de la linterna fueron y ya no son, y los de nuestro cerebro acaso no fueron, ni son, ni serán nunca.

Era igual el número de hombres al de mujeres; y si entre aquéllos los había de distintas edades, éstas eran todas jóvenes y hermosas. Los criados vestían riquísimos trajes, y un sin fin de músicos tocaban armoniosas sonatas en lo alto de una gran tribuna.

Llámanse notas allá, aquí las llamamos drogas, sustancias; allá sonatas, oratorios y cuartetos... aquí vomitivos, diuréticos, tónicos, etc... El quid está en saber herir con la composición la parte sensible... ¿Qué le parecen a usted estas teorías?... Cuando desafinamos, el enfermo se muere.

El padre de Beethoven quería hacer de él una maravilla, y le enseñó a fuerza de porrazos y penitencias tanta música, que a los trece años el niño tocaba en público y había compuesto tres sonatas. Pero hasta los veintiuno no empezó a producir sus obras sublimes.

Entre tanto atravesaba el golfo un pequeño bote lleno de banderolas, que venia de Algecíras á Gibraltar, trayendo á bordo una numerosa banda de paseantes alegres entre los cuales habia como cinco ó seis músicos. Sus sonatas eran de un efecto encantador en el fondo de aquel golfo murmurante rodeado de preciosos paisajes.

Al fin se la otorgaron, pero fue para despedirle a los pocos días: la música de Juan no agradaba a los parroquianos del Café de la Cebada; no tocaba jotas, ni polos, ni sevillanas, ni cosa ninguna flamenca, ni siquiera polkas; pasaba la noche interpretando sonatas de Beethoven y conciertos de Chopín: los concurrentes se desesperaban al no poder llevar el compás con las cucharillas.