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No pasaba día sin que hubiese alguna tremolina y también síncopes, por los cuales era preciso llamar al médico y traer estas y las otras drogas... Pez procuraba transigir, concordar voluntades; pero no conseguía nada. En último caso, siempre se inclinaba del lado de las pobres chicas, porque le mortificaba verlas rezando más de la cuenta y haciendo estúpidas penitencias.

En ella publicó su obra intitulada Tratado de las drogas i medicinas de las Indias orientales con sus plantas debujadas al vivo por Cristóval Acosta, médico i cirujano que las vió ocularmente. Un tomo en 4.º 1578.

Y ese médico, ¿en qué está pensando?... ¡Qué compromiso! ¿Y qué le diría yo?... Aquí hay medicinas; se las daré. Pero ¿y si me equivoco? Cuidado con las drogas, Plácido, y no hagas una barbaridad. Esperaremos. Pero qué... si cuando vengan ya estará ella en el otro barrio.

Don Juan decía que apreciaba a su cocinera más que a su médico, porque éste le curaba las enfermedades a fuerza de pócimas y drogas, y aquélla le conservaba la salud con exquisitos bocados.

Cuando el doctor Kimble recetaba una medicina, era natural que produjera su efecto; pero cuando un tejedor, que venía no se sabe de dónde, hacía maravillas con un frasco de agua parda, el carácter oculto del procedimiento se volvía evidente. No se había visto nada parecido desde la muerte de la bruja de Tarley, y ésta lo mismo se servía de drogas que de hechizos.

Al fondo de la casa arregló su estudio y laboratorio el anciano médico, no como un hombre científico moderno lo consideraría tolerablemente completo, sino provisto de un aparato de destilar y de los adminículos necesarios para preparar drogas y sustancias químicas, de que el práctico alquimista sabía hacer buen uso.

Algo parecido acontece con vos, al menos por lo que puedo apreciar, bien que lo que concierne a vuestro conocimiento de la plantas y las drogas apropiadas para restablecer la respiración, si las habéis traído de un país apartado, hubierais podido mostraros un poco más generoso.

A eso de las diez salió Fortunata para llevar a Ballester el paquete de sustancias venenosas. «Ahí tiene usted la que nos preparaba su amigo le dijo con desabrimiento . ¡Vaya un cuidado que tiene usted! Vea lo que llevó a casa...». Ballester examinaba las terribles drogas... Después se puso muy serio: «Ese tonto de Padillita tiene la culpa. No cómo le permitió andar en esto.

Silas se vio entonces bruscamente asaltado en su choza, ya sea por madres que deseaban que, por medio de sortilegios, les curara la tos convulsa a sus hijos, o que a ellas mismas les hiciera bajar la leche; ya sea por hombres que necesitaban drogas contra los reumatismos o los nudos en los dedos. Para evitar una negativa, los solicitantes llevaban dinero en el hueco de la mano.

Sabe al dedillo las alianzas, buenas y malas, de todas las grandes familias y las juzga soberanamente, para hacer olvidar, sin duda, que él se casó con Leontina Marsh, hija de un fabricante de drogas.