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El juez Malam era considerado, naturalmente, en Tarley y en Raveloe, como un personaje de vasta inteligencia, visto que era capaz de sacar sin pruebas conclusiones mucho más profundas que las que se podían esperar de sus vecinos que no eran magistrados. No era posible que semejante hombre descuidara el indicio de la caja de yesca.

El viejo tejedor de Tarley, parroquia próxima a Raveloe, había muerto; por lo tanto, la profesión de Silas, cuando se estableció, hizo que fuera el bien venido para las más ricas señoras de los alrededores, y aun para las campesinas más previsoras, que tenían, al fin del año, su pequeña provisión de hilo.

Nunca había tenido malas inclinaciones, y con irritación creciente, despedía a las gentes unas tras otras, porque la noticia de que era brujo se había esparcido hasta Tarley; así es que transcurrió mucho tiempo antes de que se dejara de hacer largos trayectos con el objeto de pedirle ayuda. Entonces, la esperanza en su poder oculto se convirtió en temor.

Cuando el doctor Kimble recetaba una medicina, era natural que produjera su efecto; pero cuando un tejedor, que venía no se sabe de dónde, hacía maravillas con un frasco de agua parda, el carácter oculto del procedimiento se volvía evidente. No se había visto nada parecido desde la muerte de la bruja de Tarley, y ésta lo mismo se servía de drogas que de hechizos.

Dirigid vuestras preguntas a los que han ido a la escuela de Tarley: han aprendido la buena pronunciación: eso se ha puesto de moda hace poco tiempo. Si es a a quien aludís, señor Macey dijo el chantre suplente con expresión de meticulosa urbanidad , responderé que no soy hombre que hable cuando no debo. Como dice el salmo: Yo lo que es justo; eso no basta, Practico también lo que .

Era de desear que el señor Godfrey no fuera a Tarley a fin de echar agua fría sobre lo que el señor Snell había dicho delante del juez de esa aldea, e impedir de ese modo que el magistrado librara una orden de arresto. Se le sospechaba que tenía esta intención cuando se le vio partir por la tarde a caballo y en la dirección de Tarley.

Pero en aquel momento el interés que a Godfrey le inspiraba el robo se había desvanecido en presencia de su ansiedad creciente respecto de Dunstan y de Relámpago. No se iba a Tarley sino a Batterley, porque se sentía incapaz de permanecer más tiempo en esta incertidumbre a ese respecto.