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Actualizado: 6 de mayo de 2025


Según él, todo lo que decían de la mirada atravesada de aquel hombre no tenía sentido. Pero en la aldea aquellas palabras fueron consideradas como el habladero irreflexivo de un joven, pues no era sólo el señor Snell quien había encontrado que había algo de raro en la persona del buhonero.

Venid a sujetarlo vos mismo, señor Snell, si se os ocurre respondió Jacobo con bastante mal humor . Ha sido robado y asesinado también a lo que parece agregó en voz baja. ¡Jacobo Rodney! dijo Silas, volviéndose hacia él y clavando sus ojos extraños en el hombre que sospechaba. ¿Qué hay, maese Marner, qué me queréis? replicó Jacobo, temblando un poco y asiendo su jarro a manera de arma defensiva.

El señor Snell tenía razón al suponer que alguna otra persona se acordaría de los aros en las orejas; porque, prosiguiendo la pesquisa en la parroquia, se hizo saber, con una energía cada vez más viva, que el pastor deseaba ser informado si el buhonero usaba aros, y se estableció una corriente de opinión de que era muy importante que el hecho fuera dilucidado.

Por fin, el señor Snell, el tabernero, hombre dispuesto a ser neutral y acostumbrado a permanecer alejado de las desinteligencias humanas, como inherentes a seres que tenían todos a igual título necesidad de beber, rompió el silencio diciéndole con tono indeciso a su primo el carnicero: ¿Hay gentes que dirían que es un lindo animal el que trajisteis ayer, Bob?

Y como la memoria, cuando está debidamente impregnada en los hechos comprobados, es algunas veces de una fecundidad sorprendente, el señor Snell recobró gradualmente la viva impresión del efecto que la fisonomía y la conversación del buhonero habían producido en él.

No hay ningún sirviente en el patio y por eso no he mandado ver lo que pasa. Subí hasta la buhardilla más alta pero no pude distinguir nada a causa de los árboles. Espero que no le haya sucedido nada malo a nadie, sin embargo. No ha de ser hada grave, esperémoslo dijo Nancy . Quizás se haya vuelto a escapar el toro del señor Snell como el otro día.

Es cierto que habiendo entrado Godfrey Cass en la taberna del Arco Iris durante una de las frecuentes repeticiones que daba el señor Snell de su deposición, hizo poco caso del testimonio del tabernero. Declaró que él mismo le había confiado un cortaplumas al buhonero, y que éste le había parecido ser un tipo alegre, a quien le gustaba chancear.

Pero os diría que de paso le dijerais a mi marido que venga; está en el Arco Iris, creo; si es que os parece que no ha bebido demasiado para poder ser útil. En ese caso, la señora Snell podría mandarnos a su pequeño sirviente para hacer los mandados, pues probablemente habrá que ir a buscar algo a casa del médico.

La mirada de aquel hombre estaba llena de una cierta expresión que había chocado de un modo desagradable al sensible organismo del señor Snell. Seguramente que nada de particular había salido de su boca no, nada, excepto la frase relativa a la caja de yesca ; pero lo que un hombre dice, no es lo que vale, lo importante es cómo lo dice.

Pero no encontró ningún contradictor, y todas las disidencias de los concurrentes desaparecieron en la aceptación unánime del señor Snell, de que cuando un hombre había merecido su buena suerte, era un deber de todos sus vecinos felicitarlo.

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