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Pues estas cosas, tan estúpidas de puro vulgares, las hacía y decía todos los días, y eran vistas y oídas de todos; a veces, Esteven perdía la paciencia, y entonces se armaban tremolinas escandalosas: que , que yo, que si esto, que si lo otro, eres así, eres asá; escarbaban en el pasado de ambos, para sacar toda la porquería y embadurnarse sin piedad la cara mutuamente.

Muchas cosas me admiran en este mundo: esto prueba que mi alma debe pertenecer a la clase vulgar, al justo medio de las almas; sólo a las muy superiores o a las muy estúpidas, les es dado no admirarse de nada. Para aquéllas no hay cosa que valga algo, para éstas no hay cosa que valga nada.

Clementina concluye enamorándose de un perro de Terranova o de un periodista. Cuando entraba Raimundo en el salón con su cabeza de querubín rubia y melancólica, con su aspecto humilde y embarazado, todas las miradas se posaban sobre él con curiosidad. Había sonrisas, murmullos, frases ingeniosas y estúpidas. Se le discutía.

¿No queda ningún recurso, llave de los corazones? Ninguno, como no me muera. ¿Y qué va usted ganando? La satisfacción del deber cumplido. Es una hermosa curación; como ésa no se cuentan por docenas. Mi pobre amigo, dicen que usted hará carrera; yo me temo que no pasará de vegetar toda su vida. Las personas de talento son a veces bastante estúpidas. ¡Qué se le va a hacer!

¡Que te estés quieta!... ¡vaya!... no te has llevado nunca una solfa buena, y soy yo quien te la va a dar... ¿Y por qué son esas risas estúpidas?... ¿Porque he dicho que me caso? Pues señor, me caso porque me da la gana. Tiempo hacía que Maximiliano deseaba hablar de aquella manera con alguien, y manifestar su pensamiento libre y sin turbación.

¡Qué buena es en olvidar mis estúpidas palabras! pensaba, y en su confusión habría querido implorar perdón, de rodillas. Sin embargo, nada pudo contestar; la emoción lo ahogaba, y la joven se alejó antes de que pudiera encontrar palabras para expresar sus sentimientos.

En el fondo gris de la vida cotidiana se abrían a modo de abismos obscuros, llenos de misterio y de sombras movibles y mudas. Se acordó de la clase donde daba todos los días las lecciones, de la fisonomía de los alumnos, que no le inspiraban ya sino disgusto, de sus cuadernos azules, con manchas de tinta, sucios, llenos de faltas estúpidas, idiotas, que hacían aún más detestable la vida.

Por espacio de muchas noches hizo propaganda acalorada. A veces se tenía que incomodar, porque le hacían observaciones estúpidas o socarronas. Como se expresaba muy bien, oíanle todos con gran atención, y las chicas del partido le ponían buenos ojos. El mozo era el más entusiasmado y decía: «¡Qué pico tiene este señor de Rubín!».

Lo falso que es pensar de la mencionada manera se advierte a las claras, considerando que ni el alcalde, ni el ayuntamiento, ni el rey, ni los ministros, ni nadie de cuantos se sobreponen y mandan incurrirían en maldades y harían cosas estúpidas, si no los sostuviese en su maldad y en su estupidez, colaborando con ellos, cuando no la mayor parte, la más activa y briosa de los seres que componen la nación, la ciudad, la villa o la aldea.

Parécenos, al leerlas, que los materiales más ingratos de las producciones más detestables de la época anterior, forman una olla podrida, llena, además, con las propias y estúpidas invenciones de los poetas modernos, y que de todo se hace una mezcla destinada á nuestro servicio.