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Actualizado: 10 de junio de 2025
Mi tía Úrsula, hermana mayor de mi madre, solterona romántica, comenzó a enseñarme a leer. Doña Celestina era como el espíritu de la tradición en la familia Aguirre; la tía Úrsula representaba la fantasía y el romanticismo. Cuando mi tía Úrsula llegaba a casa, solía sentarse en una sillita baja, y allí me contaba una porción de historias y de aventuras.
No, no es para vicios, no es para vicios dijo el chico con energía, oprimiéndose el seno con una mano, mientras sostenía su cabeza en la otra es para hacerme hombre de provecho, Nela, para hacerme hombre de pesquis, como muchos que conozco. El domingo, si me dejan ir a Villamojada, he de comprar una cartilla para aprender a leer, ya que aquí no quieren enseñarme. ¡Córcholis! Aprenderé solo. ¡Ay!, Nela, dicen que D. Carlos era hijo de uno que barría las calles en Madrid.
BERGANZA. Es, pues, el caso que el atambor, por tener con qué mostrar más sus chacorrerías, comenzó a enseñarme a bailar al son del atambor y a hacer otras monerías, tan ajenas de poder aprenderlas otro perro que no fuera yo, como las oirás cuando te las diga.
Mira, Susana, tú que haces tan bien el guiso de pollo, ¿quieres enseñarme a hacerlo? Eso no os incumbe, señorita; quedaos en vuestros departamentos y dejadme tranquila en mi cocina. No surtiendo ningún efecto mis medios de corrupción, enderecé el fuego hacia otro punto. ¿Sabes una cosa, Susana? ¿Sabes que debes haber sido muy linda en tu juventud?
Inútil me parece relatar el gusto que me dió volver a ver a tan buen amigo mío. Convidóme a almorzar y prometió enseñarme él mismo, después, las mil maravillas que poseía aquel cabildo y que raras veces se exponían al público.
El infeliz no ha podido hacer otra cosa que enseñarme a leer y a escribir y procurar encaminarme a la virtud. Es muy pobre, pero... ¡es un sabio! Lo poco que sé se lo debo, y, sobre todo, él me ha hecho conocer que la mayor riqueza es la honra; la mayor felicidad tener la conciencia tranquila; el mayor mérito a los ojos de Dios, sufrir resignadamente la pobreza.
746 Ese jué el hombre que estuvo encargao de mi destino; siempre anduvo en mal camino, y todo aquel vecindario decía que era un perdulario, insufrible de dañino. 747 Cuando el juez me lo nombró, al dármelo de tutor, me dijo que era un señor el que me debía cuidar, enseñarme a trabajar y darme la educación.
Conque si así pienso del Dante, ¿qué pensaré yo de Zola y qué creeré yo que pueda enseñarme Zola, que no se aprenda mejor en cualquier diccionario enciclopédico manual: en el Bouillet, pongamos por caso? Y basta con lo dicho, porque parece cosa de broma y de risa el aducir pruebas y argumentos para sostener verdades tan de sentido común y tan palmarias.
Dame esas manos hermosas Por la merced que me haces, Que ansí por mí satisfaces Obligaciones forzosas. Conozco tu heroico nombre Y entendimiento en querer Enseñarme, aunque mujer, Lo más que debo a ser hombre. Pues es forzoso ir a Alora Y quieres acompañarme, Hasta allá no he de curarme Si no lo mandas, señora.
Varias veces me llamó la señorita para enseñarme sus dibujos, y una linda acuarela, pintada en obsequio mío: un ramo de violetas puesto en una copa de cristal, y tardé en acudir a su llamado.
Palabra del Dia
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