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Buscó con la vista a Martínez y viole a diez pasos de distancia, con la cabezota ladeada, apoyado en su garrote, y su risa de paleto sobre los labios, recibiendo también sus homenajes. Un grupo de palaciegos le rodeaba, oprimiéndose y estrujándose por estrechar su velluda manaza entre las suyas finas y enguantadas, al compás de previsoras lisonjas.

No, señora: nosotras no tenemos ninguna, hija contestó con mucho enfado María de la Paz: es una mozuela, una loca que admitimos aquí por compasión, esperando que se corrigiera; pero ... ya me lo sospechaba yo. ¡Qué alhaja! ¿Ves lo que yo decía? Dios mío, ¿para qué admitimos aquí á semejante mujerzuela? Señora manifestó Salomé, oprimiéndose el estómago y rehaciéndose de su vahído.

Apiñábase el público en el crucero, oprimiéndose unos a otros contra la verja del altar mayor, y la valla del centro, debajo de los púlpitos, y quedaban en el resto de la catedral muy a sus anchas los pocos que preferían la comodidad al calorcillo humano de aquel montón de carne repleta. Como la religión es igual para todos, allí se mezclaban todas las clases, edades y condiciones.

Se requeriría realmente un hombre inteligente para inventar una historia como ésa; y, además, la noche que vino a la taberna parecía más asustado que una liebre. Durante este discurso sin dilación, Silas había permanecido inmóvil en su primera actitud, apoyando los codos en las rodillas y oprimiéndose la cabeza entre las manos. El señor Macey se detuvo, no dudando que había sido escuchado.

Amaury retrocedió asustado, con el rostro bañado en sudor frío. Magdalena, cayendo hacia atrás, había vuelto a quedar sentada oprimiéndose el pecho con una mano y llevándose el pañuelo a los labios con la otra.

«También usted me insulta, señor Director dijo oprimiéndose el pecho, y con la entonación y los ademanes de un cómico mediano . No puedo más, no puedo más... ¡Adiós, adiós, ingratos!». Y salió escapado.

Don José estaba inmóvil en el sillón, oprimiéndose la frente con un pañuelo ligeramente manchado de sangre: sobre una mesa inmediata había una bujía y una caja de fósforos. Sin preguntarle nada, adivinó Pepe lo sucedido: al anochecer debió intentar encender la vela, y al querer alcanzar los fósforos, se cayó.

No, no es para vicios, no es para vicios dijo el chico con energía, oprimiéndose el seno con una mano, mientras sostenía su cabeza en la otra es para hacerme hombre de provecho, Nela, para hacerme hombre de pesquis, como muchos que conozco. El domingo, si me dejan ir a Villamojada, he de comprar una cartilla para aprender a leer, ya que aquí no quieren enseñarme. ¡Córcholis! Aprenderé solo. ¡Ay!, Nela, dicen que D. Carlos era hijo de uno que barría las calles en Madrid.

¡Ay de ! exclamó Dorotea oprimiéndose el pecho. ¡Bebamos, luz de mi alma! dijo don Juan, y se levantó y llenó las copas y las trajo en la salvilla, y se arrodilló sonriendo para que Dorotea tomase la suya. Dorotea se inclinó para levantar á don Juan.

Y durante toda la velada permaneció sentado en su choza despojada de su tesoro, no preocupándose de cerrar los postigos ni la puerta, oprimiéndose la cabeza entre las manos y gimiendo, hasta que lo tomó el frío y le advirtió que su fuego no era más que una ceniza gris.