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«Más, más claro». Fortunata acentuó un poquitito más, y sus ojos se humedecieron. «Así me gusta». Entonces resplandeció en la cara de la infeliz señora de Rubín algo que parecía inspiración poética o religioso éxtasis, y vencida maravillosamente la postración en que estaba, tuvo arranque y palabras para decir esto: «Yo también... ¿no lo sabe usted...?, soy ángel...».

El dolor, no obstante, y la cólera por la inmerecida afrenta bañaron sus mejillas en más encendido carmín. Y bajando ella la vista, veló con los párpados y las rizadas y largas pestañas la luz de sus ojos, que dos mal reprimidas lágrimas humedecieron. Al terminar la función acertaron madre e hija a escabullirse sin ser notadas y a volver precipitadamente a su casa.

Nuevas lágrimas humedecieron sus ojos. ¡Ay! ¿Cómo conseguiré que me creas?... ¿Qué juramento podré hacerte para que te convenzas de que digo verdad?... El capitán dió á entender con su aire impasible la inutilidad de estos extremos. No había juramento que pudiese convencerle. Aunque dijera la verdad, no la creería.

Sus ojos se humedecieron... ¿Era posible que se despidiesen para siempre dentro de unas horas?... ¿No vería más á Ulises y á su buque, que se llevaban la mejor parte de su pasado?... El capitán deseó terminar pronto esta entrevista para mantener su serenidad. Mañana á primera hora dijo llamarás á la gente. Ajusta las cuentas de todos.

A su vez el tercero se arrojó en la balsa, poro no quedaba ya ni una gota de agua. El desgraciado se agitaba inútilmente queriendo beber y humedecer su cuerpo; pero sólo las plantas de los pies y las palmas de sus manos, apretando la arena se humedecieron un poco y adquirieron un matiz ligeramente blanco.

A Fortunata se le humedecieron los ojos, porque era muy accesible a la emoción, y siempre que se le hablaba con solemnidad y con un sentido generoso, se conmovía aunque no entendiera bien ciertos conceptos. La enternecían el tono, el estilo y la expresión de los ojos. Creyó entonces caso de conciencia hacer una observación a su amigo.

A pesar del tono risueño é irónico de esta orden, la obedeció, repitiendo una vez más sus promesas y sus deseos. El vino daba á sus palabras un temblor de emoción; los gemidos de la orquesta excitaban su sensibilidad. Se conmovía á mismo, hasta el punto de que sus ojos se humedecieron levemente.

Hazlo por , y por su pobrecita mujer, que es un ángel... las dos somos ángeles, cada una a su manera... Dime que lo harás... ¡Y luego te querré tanto...! No viviré más que para ti... ¡Qué felices vamos a ser!... tendremos niños... hijos tuyos, ¿qué te crees?...». Maxi, lelo y mudo, la miraba, y al fin sus ojos se humedecieron... Se deshelaba.

Pero, cuando sonó la hora del regreso, para volver a la patria, a morir, casi todos ellos, en las oscuras guerras civiles, salvo los elegidos que hallaron tumba gloriosa en Ituzaingó... ¡cómo se tendieron y estrecharon esas manos varoniles encallecidas por la espada y cómo se humedecieron esos ojos iluminados siempre en la batalla!

Un escalofrío de entusiasmo subía por su espalda. Se le humedecieron los ojos, y al beberse el champañ creyó haber tragado algunas lágrimas.