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Sonaron los atambores, llenó el aire el son de las trompetas, temblaba debajo de los pies la tierra; estaban suspensos los corazones de la mirante turba, temiendo unos y esperando otros el bueno o el mal suceso de aquel caso.

Sentóse en la cama, y estuvo atento y escuchando, por ver si daba en la cuenta de lo que podía ser la causa de tan grande alboroto; pero no sólo no lo supo, pero, añadiéndose al ruido de voces y campanas el de infinitas trompetas y atambores, quedó más confuso y lleno de temor y espanto; y, levantándose en pie, se puso unas chinelas, por la humedad del suelo, y, sin ponerse sobrerropa de levantar, ni cosa que se pareciese, salió a la puerta de su aposento, a tiempo cuando vio venir por unos corredores más de veinte personas con hachas encendidas en las manos y con las espadas desenvainadas, gritando todos a grandes voces: ¡Arma, arma, señor gobernador, arma!; que han entrado infinitos enemigos en la ínsula, y somos perdidos si vuestra industria y valor no nos socorre.

Mezclóse diversamente por todo el campo, el llanto con la alegría, el contento con la tristeza. Sonaban los aires con el estruendo de las trompas i de los atambores que celebraban el buen suceso de las armas de Taric, i resonaban las quejas de los heridos i moribundos.

Todo era humo, y fuego, y estrago, y cuerpos muertos que a la mar caían, y sangre que en la mar se vertía y la ponía roja; y acá sonaban los clarines y las trompetas y los atambores, y allá sonaban los añafiles, las dulzainas y las atakebiras; que no podían causar menos fragoroso estruendo en su combate con el turco más de trescientas naves grandes y pequeñas que la mar cubrían en un tan grande espacio como no se había visto desde los tiempos del imperio de Roma; y de estas naos, ciento sesenta y cuatro, y las mejor aprestadas, eran del rey de España; y del pontífice Pío V eran seis galeras y otras tantas fragatas; y llevaban los venecianos ciento treinta y cuatro naos, pero no tan bien armadas ni proveídas como las de España.

Habia un gran presagio sucedido, Que oyeron por los aires tintinando De cajas y atambores gran ruido, Que en concertado son iban sonando. Cometas por el cielo han parecido, Que acá y allá contino andan errando: El aire obscurecido y tenebroso, Promete fin horrible y espantoso.

Prosigue, muchacho, y deja decir; que, como yo llene mi talego, si quiere represente más impropiedades que tiene átomos el sol. -Así es la verdad -replicó don Quijote. Y el muchacho dijo: -Miren cuánta y cuán lucida caballería sale de la ciudad en siguimiento de los dos católicos amantes, cuántas trompetas que suenan, cuántas dulzainas que tocan y cuántos atabales y atambores que retumban.

Los bárbaros á vista se llegaron Con órden y aparato de guerreros, Con trompas, y bocinas y atambores, Hundiendo todo el campo y rededores.