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Actualizado: 16 de junio de 2025
En el extremo de la plaza aparecieron las banderolas con las rojas barras de Aragón, y sonaron dulzainas pausada y majestuosamente, tañendo las melancólicas danzas del tiempo de los moriscos. Detrás iban los enanos, con sus enormes cabezas de cartón, que miraban a los balcones con los ojos mortecinos y sin brillo.
Marcha de triunfo tocan atabales, y añafiles, dulzainas y trompetas, y en la impaciencia de ostentar su triunfo rápidos cruzan la tendida vega, y por Elvira en la ciudad alegre en cerrado escuadron altivos entran, y del rey Ismail al par marchando, las hermosuras que Granada encierra; ven al hermoso Ataide y le codician al verle junto al Rey de tal manera, y Ataide, el desdichado, va llorando, la mente en Leila y en su madre puesta, y que es de gozo por su altivo triunfo, los que le miran, con envidia piensan.
¡Eso no! -dijo a esta sazón don Quijote-: en esto de las campanas anda muy impropio maese Pedro, porque entre moros no se usan campanas, sino atabales, y un género de dulzainas que parecen nuestras chirimías; y esto de sonar campanas en Sansueña sin duda que es un gran disparate.
Cantada la aleluya comenzaron á salir las galas, y Montaner refiere que los seis síndicos de Valencia dieron principio, dirigiéndose desde su posada, que estaba inmediata á la Seo, á la ALJAFERIA llevando delante de sí sus trompetas, atabales y dulzainas.
Las de Pajares dejaron que se alejase la cabalgata con su estruendo de tamboriles y dulzainas y siguieron su marcha por las calles cubiertas con espesa capa de arena para el paso de las rocas. A la hora de la comida llegó Andresito a casa de las de Pajares. Lo enviaban sus papas para hacer el ofrecimiento de todos los años. Ya se sabía que el balcón de Las Tres Rosas era el mejor del Mercado.
Prosigue, muchacho, y deja decir; que, como yo llene mi talego, si quiere represente más impropiedades que tiene átomos el sol. -Así es la verdad -replicó don Quijote. Y el muchacho dijo: -Miren cuánta y cuán lucida caballería sale de la ciudad en siguimiento de los dos católicos amantes, cuántas trompetas que suenan, cuántas dulzainas que tocan y cuántos atabales y atambores que retumban.
Y seguían detrás las dansetes, escuadrones de pillería disfrazada con mugrientos trajes de turcos y catalanes, indios y valencianos, sonando roncos panderos e iniciando pasos de baile; las banderas de los gremios, trapos gloriosos con cuatro siglos de vida, pendones guerreros de la revolucionaria menestralía del siglo xvi; la sacra leyenda, tan confusa como conmovedora, de la huida a Egipto; los Pecados capitales, con estrambóticos trajes de puntas y colorines, como bufones de la Edad Media, y al frente de ellos la Virtud, bautizada con el estrambótico nombre de la Moma; los Reyes Magos, haciendo prodigios de equitación; heraldos a caballo; jardineros municipales a pie, con grandes ramos; carrozas triunfales, todo revuelto, trajes y gestos, como un grotesco desfile de Carnaval, y alegrado por el vivo gangueo de las dulzainas, el redoble de los tamboriles y el marcial pasacalle de las bandas.
La del lugar, que los esperaba, cargados con sus más ricos y mejores alhajas, adonde fueron recebidos de los turcos con grande grita y algazara, al son de muchas dulzainas y de otros instrumentos, que, puesto que eran bélicos, eran regocijados, pegaron fuego al lugar, y asimismo a las puertas de la iglesia, no para esperar a entrarla, sino por hacer el mal que pudiesen; dejaron a Bartolomé a pie, porque le dejarretaron el bagaje; derribaron una cruz de piedra que estaba a la salida del pueblo, llamando a grandes voces el nombre de Mahoma; se entregaron a los turcos, ladrones pacíficos y deshonestos públicos.
Todo era humo, y fuego, y estrago, y cuerpos muertos que a la mar caían, y sangre que en la mar se vertía y la ponía roja; y acá sonaban los clarines y las trompetas y los atambores, y allá sonaban los añafiles, las dulzainas y las atakebiras; que no podían causar menos fragoroso estruendo en su combate con el turco más de trescientas naves grandes y pequeñas que la mar cubrían en un tan grande espacio como no se había visto desde los tiempos del imperio de Roma; y de estas naos, ciento sesenta y cuatro, y las mejor aprestadas, eran del rey de España; y del pontífice Pío V eran seis galeras y otras tantas fragatas; y llevaban los venecianos ciento treinta y cuatro naos, pero no tan bien armadas ni proveídas como las de España.
Poco faltaba para llegar el día, cuando los bajeles, cargados con la presa, se hicieron al mar, alzando regocijados lilíes, y tocando infinitos atabales y dulzainas, y en esto vieron venir dos personas corriendo hacia la iglesia, la una de la parte de la marina, y la otra de la de tierra, que, llegando cerca, conoció el jadraque que la una era su sobrina Rafala, que, con una cruz de caña en las manos, venía diciendo a voces: Cristiana, cristiana y libre, y libre por la gracia y misericordia de Dios!
Palabra del Dia
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