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Actualizado: 13 de mayo de 2025


Me... río; tenemos aún, quizá, ochocientas leguas que hacer y diez y ocho hombres que mantener; además, éstos deben ser los primeros, porque se hallan en estado de trabajar. Los que deja usted en la corbeta van a reventar como perros o a comerse los unos a los otros; porque mañana, pasado mañana... tendrán hambre. Me... río, ¡que revienten!

Haz también arriar las barrederas; si la brisa nos ayuda, nos batiremos sobre las gavias; es el mejor portante de El Gavilán. Cuando la maniobra fue ejecutada, Kernok arengó a sus hombres en la siguiente forma: Muchachos, he ahí una corbeta que tiene las costillas sólidas; estrecha tan de cerca a El Gavilán, que no podemos esperar escaparnos de ella; además, tampoco es necesario.

Sobre las cómodas ventrudas veíanse santos policromos y crucifijos de marfil, entre polvorientas flores de trapo, bajo campanas de cristal. Una panoplia de ballestas, flechas y cuchillos recordaba a un Febrer, capitán de corbeta del rey, que hizo un viaje alrededor del mundo a fines del siglo XVIII. Conchas purpúreas, caracolas de mar enormes, con entrañas de nácar, adornaban las mesas.

¡Si lo reconozco!... es el que el pobre Zeli me dio para que te lo entregase el día del combate de El Gavilán contra la corbeta. ¡Pobre Zeli!

Orienta hacia el NNE. ¿Así dijo el maestro Durand mostrando la corbeta que se balanceaba desmantelada , abandonamos a esos pobres diablos? respondió Kernok. Pues no deja de ser un procedimiento bien poco delicado.

Cuando al cabo de un cuarto de hora consiguió acercarse unas treinta brazas de la punta del Peón, largó un cabo, que uno de los botes trajo al malecón para ayudar a virar a la corbeta. ¡Capitán, capitán! gritó uno con voz estentórea desde el grupo. ¿Qué hay? contestaron del buque. ¿Viene a bordo el señorito de las Cuevas? . Pues ojo con el señorito de las Cuevas... Los demás que se ahoguen.

Esto será por el estilo del Colin que yo vi en el Mont-Thabor, en casa del señor Franconi aquí su voz comenzaba a debilitarse , porque acabo de oírles decir que ya no quedan víveres a bordo de la corbeta, y a eso se debe principalmente el que nos hayan dejado de lado.

Y diciendo esto, Kernok empujó a Durand contra el empalletado, que caía a pedazos. En efecto, aunque la corbeta estuviese horriblemente averiada, se adelantaba viento en popa sobre el brick con un jirón de vela de su mesana, mientras que El Gavilán, que había perdido todas sus velas, no podía evitar el abordaje que el inglés quería intentar, y que había de serle ventajoso porque eran más.

No, maestro Durand; al contrario, es que piden municiones allá arriba, porque acaban de enviar la última granada; y no crea usted, la corbeta inglesa ha quedado rasa como un pontón, pero sigue haciendo un fuego de mil demonios... ¡Ah! Mire, una bala se me ha llevado un dedo. Vea usted, maestro Durand... ¿Y quieres que yo pierda el tiempo en mirar tu rasguño, bribón, perro?

La brisa fresquea; vamos, muchachos, limpiemos el puente. Y en cuanto a los heridos... en cuanto a los heridos repitió golpeando maquinalmente el empalletado con su hacha , les harás llevar a la corbeta, maestro Durand dijo bruscamente. ¿Para...? preguntó éste con aire interrogativo. Ya lo sabrás respondió Kernok con aire sombrío, frunciendo sus espesas cejas.

Palabra del Dia

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