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Actualizado: 29 de junio de 2025
Una máquina echa aire en el pozo de una mina, para que no se ahoguen los mineros. Otra aplasta la caña, y echa un chorro de miel. ¡Pues da ganas de llorar, el ver las máquinas desde el balcón! Rugen, susurran, es como la mar: el sol entra a torrentes.
Cuando al cabo de un cuarto de hora consiguió acercarse unas treinta brazas de la punta del Peón, largó un cabo, que uno de los botes trajo al malecón para ayudar a virar a la corbeta. ¡Capitán, capitán! gritó uno con voz estentórea desde el grupo. ¿Qué hay? contestaron del buque. ¿Viene a bordo el señorito de las Cuevas? Sí. Pues ojo con el señorito de las Cuevas... Los demás que se ahoguen.
A lo que Sancho respondió: -Ama de Satanás, el sonsacado, y el destraído, y el llevado por esos andurriales soy yo, que no tu amo; él me llevó por esos mundos, y vosotras os engañáis en la mitad del justo precio: él me sacó de mi casa con engañifas, prometiéndome una ínsula, que hasta agora la espero. -Malas ínsulas te ahoguen -respondió la sobrina-, Sancho maldito.
Por mucho que los filipinos deban á España, no se les puede exigir que renuncien á su redención, que los liberales é ilustrados vaguen como desterrados del patrio suelo, que se ahoguen en su atmósfera las aspiraciones más groseras, que el pacífico habitante viva en continua zozobra, dependiendo la suerte de los pueblos de los caprichos de un solo hombre; la España no puede pretender, ni en el nombre del mismo Dios, que seis millones de hombres se embrutezcan, se les explote y oprima, se les niegue la luz, los derechos innatos en el ser humano, y después se les colme de desprecio é insultos; no, no hay gratitud que pueda excusar, no hay pólvora suficiente en el mundo que pueda justificar los atentados contra la libertad del individuo, contra el sagrado del hogar, contra las leyes, contra la paz y el honor; atentados que allá se cometen cada día; no hay Divinidad que pueda proclamar el sacrificio de nuestras más caras afecciones, el de la familia, los sacrilegios y violaciones que se cometen por los que tienen el nombre de Dios en los labios; nadie puede exigir del pueblo filipino un imposible; el noble pueblo español, tan amante de sus libertades y derechos, no puede decirle que renuncie á los suyos; el pueblo que se complace en las glorias de su pasado no puede pedir de otro, educado por él, acepte la abyección y deshonre su nombre!
Estás paliito y ojeroso como un chavaliyo de quince años. Me da lástima de ti y no quiero que te ahoguen las fatigas. Si deseas que Soleá te quiera como antes y se case contigo pásate mañana por mi casa y te daré el remedio... ¡Pero cuidao que digas ná al lechonaso de Antonio!... Ve á la hora en que está en la oficina... Ya sabes, después de las diez.
Palabra del Dia
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