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4 Porque en mis ojos fuiste de gran estima, fuiste digno de honra, y yo te amé. 6 Diré al aquilón: Da acá, y al mediodía: No detengas. Trae de lejos mis hijos, y mis hijas de los términos de la tierra, 8 Sacad al pueblo ciego que tiene ojos, y a los sordos que tienen oídos. Presenten sus testigos, y serán sentenciados por justos; oigan, y digan: Verdad.

Nadie contestó de adentro. No nos abrirán dijo Velludo ; ha pasado hace mucho tiempo la hora fijada de las ordenanzas. Va veréis dijo el alférez tocando de nuevo á la puerta : ¡abrid al alférez Saltillo! Como si aquel nombre hubiera sido un conjuro, la puerta se abrió. Entrad dijo una voz recatada y no arméis ruido, no os oigan los vecinos y den parte á una ronda. ¡Vaya unos vecinos!

Comparación exacta... eso, yo aquí lo mismo que un perro.... Y además esto repugna.... Oigan ustedes a ese organista, borracho como ustedes probablemente: convierte el templo del Señor, llamémoslo así, en un baile de candil... en una orgía.... Señores, ¿en qué quedamos, es que ha nacido Cristo o es que ha resucitado el dios Pan? ¡Y Pun, Pin, Pun!... yo soy el general.... Bum Bum.

13 Y sus hijos que no [la] supieron oigan, y aprendan a temer al SE

¡Oigan! ¿De qué es la tristeza? ¿No estaba alegre esta moza? ¡Qué pensativas están! 1790 Pienso que andaba don Juan Acechando una carroza. Quien te me enojó, Isabel, Que con lágrimas lo pene: Hágote voto solene 1795 Que pueden doblar por él.

Que me oigan los cielos y la tierra; Dios y Satanás. Enviaré un comunicado a los periódicos. Todo, todo, todo; la vida, la fortuna escasa que tengo de mis padres, el bienestar, la honra, todo lo hubiera dado por un segundo, nada más que un segundo, de amor. ¿Para qué quiero la vida? ¿Para qué la fortuna? ¿Qué bienestar es el mío? ¿De qué me sirvieron la honra y la doncellez?

Yo suplico á los padres que piensan así, que oigan y que contesten; no que me contesten de palabra, no que me contesten tampoco por escrito; sino que se respondan á propios en su conciencia y en su corazon. Su hijo es un hombre; un hombre que nace para amar, como para amar nació su padre.

También para estas tempestades hay conjuros. ¡Yo me arrastraré como penitente donde me han visto triunfar como pecadora!, ¡yo confesaré a voces mis pecados donde quiera que haya gentes honradas que me oigan!... ¿Qué más puedo hacer? Jesús no pidió tanta penitencia a la cortesana arrepentida, y había escandalizado más que yo.

Los que conozcan de cerca las faenas tipográficas y además hayan visto experimentalmente los horizontes que tiene en España el comercio de libros, se pondrán de mi parte cuando me oigan repetir lo que dijo primero el loco de Cervantes y después Pereda en esta forma: «no es para todos la tarea de hinchar perros en esta catadura».

Más bajo, más bajo, que no nos oigan. ¡Oh! ¡Dios mío! ¿y qué me importa todo? Ese nombre que está ahí doblegado bajo su rabia, bajo su desconsuelo, como lo estamos nosotros, ese hombre, Dorotea, puede ser tu puñal. ¡Mi puñal! ¿No aborreces á doña Clara? ¡Oh! ¡! ¿No deseas que don Juan sufra como ? , .