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Actualizado: 29 de julio de 2025
Siempre le están hablando a uno, señores, del lecho de campaña de los hombres célebres... esos que están expuestos en los palacios y museos patrióticos; y, cuando los visitantes pasan por delante de ellos, no dejan nunca de exclamar, alzando los brazos al cielo: «¡Qué fuerza de voluntad! ¡qué sencillez espartana!...» ¡Farsa, señores, pura farsa!
El ancla cayó al mar con un ruido estridente de cadenas. La barca se dispuso a virar sobre ella. ¿Vas a amarrarte a tierra, Domingo? preguntó don Melchor. Sí, señor respondió el capitán. No hay necesidad; amárrate en dos. Dentro de una hora podrás enmendarte. Tanto me cuesta uno como otro dijo en voz baja el capitán alzando los hombros, y luego en voz alta añadió: ¡Echa la de uso!
Juan se siente completamente desarmado frente a la joven y lo único que puede hacer es sonreír con expresión cohibida, diciendo: ¿Yo... incomodado? ¿Por qué? ¡Me parecía! Y alzando el dedo con ademán de amenaza, la joven agrega: ¡Oh! ¡Tendría que ver!... Después, con la barbilla hundida en el cuello, deja oír una leve risa. Es usted muy graciosa dice el militar un poco más sereno.
Marta sintió que me había hecho mal; alzando sus delgados brazos hasta mi cuello, me dijo: Compréndeme, Olga; no son celos los que experimento; soy tan poco celosa, que mi deseo más ardiente es que os entendáis ambos después de mi muerte, y que... ¡Después de tu muerte! exclamé espantada. ¡Marta, no digas eso! ¡Es un crimen! Ella se sonrió, triste y resignada. Lo sé mejor que tú dijo.
Liados en ella, no prestó atención a lo que el médico decía ninguno de los que podían volvérselas al cuerpo: ni el bronco abad de Ulloa, ni el belicoso de Boán, ni el Arcipreste, que siendo más sordo que una tapia, resolvía las discusiones políticas a gritos, alzando el índice de la mano derecha como para invocar la cólera del cielo.
Pero, un instante después, la ansiedad volvió a apoderarse de él. ¿Dónde está Olga? tartamudeó alzando los ojos hacia la puerta, como si fuera a verla entrar en ese instante. ¿Olga? dijo la señora Hellinger encogiéndose de hombros. ¡Qué sé yo! Sin duda va a venir de un momento a otro; ¿es por algo urgente? ¡Alabado sea Dios! exclamó el doctor juntando las manos. ¡De modo que ya ha bajado!
Alzando su arrogante figura de atleta frente á la de aquellos gorilas los estuvo contemplando largo rato sin pestañear. Después, como su oído experto le dijera que allá en la romería había algún tumulto, hizo seña á sus compañeros y despidiéndose de Demetria se alejó con ellos atravesando el puente y dirigiéndose á Villoria por la margen izquierda del riachuelo. Ya era tiempo de que lo hiciera.
El anciano vate le miró fijamente a los ojos durante unos momentos; luego alzando los hombros replicó suavemente: Me encuentro en una edad, señor Aldama, en que las rosas y los laureles que la benevolencia del público acumuló sobre mis sienes quieren escaparse de ellas temiendo la obscuridad de la tumba.
Y el rey iba detrás del féretro. 32 Y sepultaron a Abner en Hebrón; y alzando el rey su voz, lloró junto al sepulcro de Abner; y lloró también todo el pueblo. 33 Y endechando el rey al mismo Abner, decía: ¡Murió Abner como muere un loco! Caíste como los que caen delante de malos hombres. Y todo el pueblo volvió a llorar sobre él.
Cuando son malas no: me parecen vasos japoneses llenos de fango; pero mientras son buenas, no te rías, me parece, cuando estoy delante de ellas, que soy un monaguillo y que le estoy alzando la cogulla, como en la misa, a un sacerdote. Vamos, tráeme a Sol; ¿pero es de veras que Juan no viene hoy?». ¡Es de veras! Sí, sí; ahora mismo voy, y te traigo a Sol.
Palabra del Dia
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