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Actualizado: 7 de mayo de 2025
Habitaban en celdas desnudas de todo aparato, vestian los monges de negro , con túnica, escapulario y cogulla , las monjas con túnica tambien negra, y velo del mismo color, ó encarnado, simbolizando, bien la tristeza del destierro en que el alma consagrada á Dios vive en este mundo, bien su continua disposicion á dar la sangre por Jesucristo.
La palabra cogulla viene de la latina cuculla, que propiamente significa capilla: esta es la parte principal del hábito, y de tal manera que no se daba á los religiosos hasta profesar; entonces el que recibia sus votos, que era el abad, al ponérsela en la cabeza se la sujetaba con unas puntadas debajo de la barba como si le amortajase, y el nuevo profeso no podia quitársela por espacio de tres dias, al cabo de los cuales recibia la comunion, y el que se la administraba le soltaba la cogulla.
Cuando son malas no: me parecen vasos japoneses llenos de fango; pero mientras son buenas, no te rías, me parece, cuando estoy delante de ellas, que soy un monaguillo y que le estoy alzando la cogulla, como en la misa, a un sacerdote. Vamos, tráeme a Sol; ¿pero es de veras que Juan no viene hoy?». ¡Es de veras! Sí, sí; ahora mismo voy, y te traigo a Sol.
Currita estaba admirada... Mentira parecía que aquellas buenas gentes, tan grandes señores, por otra parte, tan famosos en la historia muchos de ellos, se repartiesen entre sí, como joyas preciosas, el burdo sayal de un pobre fraile. ¡Lo que varían los tiempos!... La buena de doña Catalina se había gastado un dineral en fabricar una joya para su pedacito de cogulla, sin sospechar siquiera que había de ahorrarle a ella el gastarlo en...
Currita calculaba complacidísima el efecto, alejando de sí el retrato, y la mano con que le sostenía fue a tropezar con el pedazo de cogulla del fraile; retiróla bruscamente, cual si hubiese tocado una brasa ardiendo, y miró con miedo, con espanto casi, la magnífica cabeza de Pantoja, que tan admirablemente expresaba sobre el lienzo la imponente y serena calma de la muerte.
Repartía el cogulla a diestro y siniestro golpes de cuchara, y ellos se aporreaban para quitarse la ración, y entre manotadas y coces iban logrando la parte correspondiente, para retirarse después a un rincón, donde pacíficamente se lo comían. Yo les miraba con lástima, cuando divisé en el hueco de una puerta una figura que me hizo quedar perplejo y aturdido.
En el otro papel hallábase copiada esta cláusula del testamento de doña Leonor Manrique de la Cerda, repartiendo entre sus parientes un hábito de su primo hermano, el venerable padre fray Alonso de Luján, religioso capuchino: «Mi señora, la duquesa del Infantado, escoja la pieza que le pareciere, y otra se dé al conde de Salvatierra, y otra al conde de Montijo, y otra a mi sobrina doña Catalina, marquesa de Paracuéllar, y el cordón se dé al conde de Salinas, mi sobrino, que lo tenga y venere como cordón y reliquia de un tan venerable y santo varón como yo lo he tenido; y una cogulla que yo tengo del dicho padre fray Alonso mando también a mi señora duquesa, y le suplico la dé cuando a su excelencia le pareciere al conde del Cid, y la pieza que su excelencia escogiere, la dé al duque de Béjar, de cuya casa era muy devoto el dicho padre fray Alonso.»
El periodista-fraile, apesar de todo su respeto á la gente de cogulla, se las tenía siempre con el P. Camorra á quien consideraba como un semi-fraile muy simple; así se daba aire de ser independiente y deshacía las acusaciones de los que le llamaban Fray Ibañez. Al P. Camorra le gustaba su adversario: era el único que tomaba en serio lo que el llamaba sus razonamientos.
En uno decía: «Pedazo de la cogulla del venerable siervo de Dios fray Alonso de Luján, muerto en olor de santidad en su convento de Talavera de la Reina, a los 23 de enero de 1590». Y a renglón seguido, con la candorosa arrogancia de los magnates de aquella época, firmaba sencillamente: Doña Catalina. ¡Ya! exclamó Currita muy admirada . ¡Con que esto era de aquel!...
Vuelvo a mi peregrinación a través de las calles. Pasan labriegos con sus largas cabazas amarillentas, de cogulla a la espalda; luego, de tarde en tarde, una vieja, vestida de negro, arrugada, seca, pajiza, abre una puerta claveteada con amplios chatones enmohecidos, cruza el umbral, desaparece; una mendiga, con las sayas amarillentas sobre los hombros, exangüe la cara, ribeteados de rojo los ojuelos, se acerca y tiende su mano suplicante.
Palabra del Dia
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