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Y ahora no te volverás a ir dijo ella, alzando los ojos hacia , como si no pudiera saciarse de mirarme. Te quedarás con nosotros, para siempre; ¡prométemelo, prométemelo inmediatamente! Guardé silencio. La felicidad me rodeaba, abrasadora como el fuego del cielo: era para un sufrimiento, una tortura. ¡Insiste también, Roberto! repuso ella. Me estremecí.

No me preguntes nada, hijo mío agregó misia Casilda, de aquí a mañana tenemos tiempo para pensar y para obrar... pero, prométeme que te dejarás de locuras: tu tía vieja te lo pide: ¡en estos casos de la vida, es cuando se debe mostrar que se tiene sentido común, sentimientos y religión! prométemelo, Quilito. Prometido queda contestó el joven maquinalmente.

Carmen había llorado sobre aquel noble corazón con un silencioso llanto contenido y acerbo, que era acaso, más que el desahogo del dolor presente, el presentimiento agudo del futuro dolor. Todo cuanto te ocurra, me lo contarás le había suplicado el joven . Si sufres, si necesitas algo, me lo dirás en seguida; prométemelo. Ella le miró fijamente a los ojos y preguntóle: ¿Lo mandó mi padrino?

¡Ah! gritó ella, con sus manos juntas, tendidas hacia él en actitud de súplica, seguramente que no tienes la intención de hacer lo que dices, no es posible que pienses en semejante cosa, no; ¡no puedes hacerlo! Me librarás, me ahorrarás ese sufrimiento, ¿no es cierto? ¡Prométemelo! No, no te lo ahorraré, salvo que me pagues bien fue su brutal respuesta.