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Actualizado: 29 de junio de 2025
El herido se incorporó al verme, y alzando su mano me dijo algunas palabras que resonaron en mi cerebro con eco que no pude nunca olvidar; ¡extrañas palabras! Aparteme rápidamente de allí y entraba por la puerta de la Caleta, cuando la de Rumblar, andando a buen paso tras de mí, me detuvo. Lléveme usted a mi casa. Si es preciso ocultarle a usted, yo me encargo.
Me voy con V. contestó alzando la cabeza y sonriendo como si dijese la cosa más natural del mundo. ¿A dónde? ¡Qué sé yo! Donde V. quiera. A un mismo tiempo sentí escalofríos de placer y de miedo. ¿Ha huido V. de su casa?
El cura, que estaba espantosamente lívido, dijo con voz ronca: «Podemos empezar,» y al instante arremetió con Marroquín, dándole una granizada de puñetazos que, por precipitados y descompuestos, no consiguieron aturdir al hirsuto profesor, el cual echando dos pasos atrás, y alzando la mano, asestó al cura, en medio de la cara, tan tremenda bofetada, que medio le volcó, y si no hubiera sido por la mesa, en que tropezó, le hubiera volcado por entero.
Vamos, cállate ya. ¡Qué pesadísimo te pone el vino! Velázquez, que estaba hablando con Frasquito, oyó la disputa de los esposos y dijo: Tiene razón Pepe. Soledad está obligada á dar gusto á la reunión, y aunque le cueste trabajo lo hará... Y añadió alzando la voz: Soledad, hija mía, haz el favor de venir un momento. La tabernera apareció en seguida. Estos señores desean que bailes un poquito.
1 Y alzando Jacob sus ojos miró, y he aquí venía Esaú, y los cuatrocientos hombres con él; entonces repartió él los niños entre Lea y Raquel y las dos siervas. 2 Y puso las siervas y sus niños delante; luego a Lea y a sus niños; y a Raquel y a José los postreros. 3 Y él pasó delante de ellos, y se inclinó a tierra siete veces, hasta que llegó a su hermano.
El mundo es grande, y, gracias a su bondad, sé ahora ganarme la vida honradamente. ¡Adiós! ¿No quiere usted aceptar mi mano?... Sea. ¡Adiós! Y dio media vuelta para marcharse. Pero, cuando llegó a la puerta, retrocedió de repente, y alzando entre ambas manos la encanecida cabeza del anciano, la besó unas y más veces con efusión. ¡Carlos! No hubo contestación. ¡Carlos!
¿Y ese valor, y el pequeño? preguntó alzando la sábana y la manta y sacando del tibio rincón donde yacía, un bulto, un paquete, un pañuelo de lana, entre cuyos dobleces se columbraba una carita microscópica amoratada, unos ojuelos cerrados, unas faccioncillas peregrinamente serias, con la seriedad cómica de los recién nacidos.
Obdulia se puso fuertemente colorada y dijo balbuciendo: Porque usted es un santo... sí... porque usted es un santo. ¡Qué santo! exclamo el clérigo alzando la mano con impaciencia. Sí; porque usted es un santo y mira todas estas cosas desde la altura en que se encuentra... Pero es una injusticia, padre; ¡es una villanía! añadió volviendo a exaltarse.
Entonces, como un ratón que acecha el momento oportuno, salió furtivamente de su rincón, se apoderó de aquel objeto y volvió dando traspiés hasta su cama, alzando los hombros como para ocultar su hurto. Tenía una intención decidida en lo que concernía al uso de las tijeras.
Amaury se cruzó de brazos, alzando la vista con verdadera indignación. Con honradas intenciones, por supuesto... ¿Ama usted a Antoñita? Sí, mi buen amigo; puede que no sepas que se me ha muerto otro tío, de modo que hoy poseo una renta de cincuenta mil libras... No hablo de eso. Perdona; yo creo que esta circunstancia no me perjudica.
Palabra del Dia
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