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Un sillón de junco, que era el preferido por Celinda, estaba volcado en el suelo. Se fijó también en el tapete de la gran mesa, que parecía haber sufrido un rudo tirón y estaba igualmente en el suelo, con todos los papeles y los objetos que descansaban sobre él ordinariamente revueltos ó rotos.

El esposo ofendido finge no haber visto nada, para que su honor no padezca, si este hecho se hace público, y resuelve vengar en secreto su secreto agravio. Pronto se presenta la ocasión para ejecutar su propósito. Al llegar á la ribera, dice que la barca se ha volcado á consecuencia de una ráfaga de viento.

El cura, que estaba espantosamente lívido, dijo con voz ronca: «Podemos empezar,» y al instante arremetió con Marroquín, dándole una granizada de puñetazos que, por precipitados y descompuestos, no consiguieron aturdir al hirsuto profesor, el cual echando dos pasos atrás, y alzando la mano, asestó al cura, en medio de la cara, tan tremenda bofetada, que medio le volcó, y si no hubiera sido por la mesa, en que tropezó, le hubiera volcado por entero.

Encontró al joven en un pequeño y obscuro cuarto, donde estaban amontonados los muebles que había sido necesario sacar de las otras habitaciones, sentado en un cofre de madera volcado, meditando, con la cabeza entre las manos. Roberto, amigo mío, ¿qué haces ahí? le gritó. Ustedes siempre tan alegres por allá, ¿verdad? El doctor le puso las manos sobre los hombros: Me inquietas, amigo mío.

Cuando su tía tomó respiro dejándose caer sofocada en la silla próxima a la mesa, Maximiliano rompió a hablar a su vez; pero no era aquello razonar, era como si cogiera su corazón y lo volcara sobre la cama, lo mismo que había volcado la hucha después de cascarla.

A más de las cabañas y caseríos de los contornos, muchos pueblos comarcanos habían volcado buena parte de su gente en aquella reducida plazuela, que apenas si bastaba para los vecinos. Los más diversos ropajes ardían bajo la mágica luz, en movedizo apiñamiento multicolor.

Esmaltándolas, los grandes astros centelleaban en medio de un cortejo infinito; Aldebarán, que ciñe una púrpura de luz; Sirio, como la cavidad de un nielado cáliz de plata volcado sobre el mundo; el Crucero, cuyos brazos abiertos se tienden sobre el suelo de América como para defender una última esperanza...

En el verano, la vista del Mediterráneo terso y brillante les hacía recordar los peligros del invierno. Hablaban con un terror religioso del viento de tierra, el viento de los Pirineos, la «tramontana», que arrancaba edificios de cuajo y había volcado en la estación próxima trenes enteros. Además, al otro lado del promontorio empezaba el temible golfo del León.

Sentábanse ante el hondo plato, en el cual volcaba la madre el pucherete de los días de abundancia o un pobre guiso de patatas al final de la semana. Las ráfagas del invierno cubrían la comida de polvo y hojas secas. Cuando rompía a llover apenas volcado el puchero, la familia se refugiaba en un portal para engullir el resto de su pitanza.

Se diría que aquel impetuoso renacimiento de vitalidad, que aquella fuerza nueva que de la profundidad de su ser había surgido, se había derramado como torrente, se había volcado como ingente catarata, y se había gastado toda con rapidez en inauditas acciones, sin dejar resto alguno, sino llevándose y arrastrando en su curso parte de la vida que él conservaba aun antes del cambio prodigioso.