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Actualizado: 30 de junio de 2025


El Hombre-Montaña levantó una mano y, antes de que los aviadores lograsen enviar de nuevo su lazo metálico, asestó á la máquina una pedrada certera. El ave mecánica se desplomó herida, flotando algunos momentos sobre la copa azul del puerto, mientras las matronas reservistas se salvaban á nado.

Dos veces había estado próximo, como aquella noche, a ser arrojado a la vía por los que despertaban sobresaltados con su presencia; y buscando en otra ocasión un departamento oscuro, tropezó con un viajero que, sin decir palabra, le asestó un garrotazo, echándolo fuera del tren. Aquella noche que creyó morir. Y al decir esto señalaba una cicatriz que cruzaba su frente.

Hasta en sus comedias asestó sus sátiras contra los gongoristas. Así, la heroina en Las bizarrias de Belisa, para zaherir y burlarse de una rival, dice lo siguiente: «Aquélla, que escribe en culto Por aquel griego lenguaje, Que no le supo Castilla Ni se lo enseñó su madre

El cura, que estaba espantosamente lívido, dijo con voz ronca: «Podemos empezar,» y al instante arremetió con Marroquín, dándole una granizada de puñetazos que, por precipitados y descompuestos, no consiguieron aturdir al hirsuto profesor, el cual echando dos pasos atrás, y alzando la mano, asestó al cura, en medio de la cara, tan tremenda bofetada, que medio le volcó, y si no hubiera sido por la mesa, en que tropezó, le hubiera volcado por entero.

Oyó el indio con disgusto estas palabras, y flechando su arco, le asestó al pecho con una saeta. Entonces el generoso Padre, desabrochando la sotana y jubón, le dijo: Apunta aquí para que no yerres el golpe, y quítame esta vida que tanto deseo sacrificar á Dios por amor tuyo.

Hace una hora que le busco, porque mi corredor me dice que las acciones siguen bajando y ya es tiempo de largarlas. Decía mi corredor, como diría mi zapatero. Quilito contestó: En la Bolsa le encontrarás. Y cuando el otro salía, acompañado del chasquido de sus suelas, le asestó esta cuchufleta: ¿Y qué tal la diputación? ¿te nombran; quiero decir, te eligen, por fin?

El lindo Raguet, frenético de impaciencia, apostrofó a Catalina con sus peores injurias, ¡y tenía un buen repertorio de ellas! Y cuando se cansó de insultarla, le asestó feroces bofetones y puntapiés, practicando su máxima favorita: «Las mujeres son como las aceitunas.

Dió un rápido salto atrás para librarse de la serpiente, y en seguida le asestó otro terrible hachazo, que la tendió en la yerba con el casco de la cabeza partido en dos. ¡Pobre muchacho mío! exclamó el valiente Capitán acudiendo adonde estaba el chino . ¿Te ha roto las costillas?

Es la tía Silda, mamá; abrázala, porque es muy noble lo que ha hecho, de acordarse de nosotros, ahora que ya no somos ricos. La de Esteven, arma en ristre, asestó el primer golpe, diciendo entre dientes, con amargura: ¡Ah, aquí! ¡vienes a gozarte, sin duda, en mi desgracia! El tono era injurioso; la actitud, provocativa. Pero, misia Casilda, que iba desarmada, se adelantó, tendiendo su mano.

El cobrador, silencioso, parecía también comprenderlo; al menos tomó la moneda con un desagrado tan visible, que Krilov se indignó. Asestó contra el cobrador sus gafas, a modo de cañones, y se dijo, al recibir el billete: «¡Me desprecias, canalla! Lo que no te impide robar a la Compañía. Os conozco a todos

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