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Actualizado: 11 de junio de 2025
La humanidad entera se ha ocupado y se está ocupando de la religion; los legisladores la han mirado como el objeto de la mas alta importancia; los sabios la han tomado por materia de sus mas profundas meditaciones; los monumentos, los códigos, los escritos de las épocas que nos han precedido, nos muestran de bulto este hecho, que la experiencia cuida de confirmar; se ha discurrido y disputado inmensamente sobre la religion; las bibliotecas estan atestadas de obras relativas á ella; y hasta en nuestros dias la prensa va dando otras á luz en número muy crecido: cuando pues viene el indiferente y dice: «todo esto no merece la pena de ser examinado; yo juzgo sin oir, estos sabios son todos unos mentecatos, estos legisladores unos necios, la humanidad entera es una miserable ilusa, todos pierden lastimosamente el tiempo en cuestiones que nada importan;» ¿no es digno de que esa humanidad, y esos sabios, y esos legisladores, se levanten contra él, arrojen sobre su frente el borron que él les ha echado, y le digan á su vez: «¿quién eres tú que así nos insultas, que así desprecias los sentimientos mas íntimos del corazon, y todas las tradiciones de la humanidad? ¿que así declaras frívolo lo que en toda la redondez de la tierra se reputa grave é importante? ¿quién eres tú? ¿Has descubierto por ventura el secreto de no morir? miserable monton de polvo, ¿olvidas que bien pronto te dispersará el viento?
Lo adivino, lo infiero de tu ademán, lo veo con evidencia; ahora me desprecias más que antes, y tienes razón en despreciarme. No hay honra, ni virtud, ni vergüenza en mí. Al decir esto, Pepita hincó en tierra ambas rodillas y se inclinó luego hasta tocar con la frente el suelo del despacho. D. Luis siguió en la misma postura que antes tenía.
En fin, señor, lo que últimamente te digo es que, quieras o no quieras, yo soy tu esposa: testigos son tus palabras, que no han ni deben ser mentirosas, si ya es que te precias de aquello por que me desprecias; testigo será la firma que hiciste, y testigo el cielo, a quien tú llamaste por testigo de lo que me prometías.
Pero el tronco caerá: ese es mi afán, esa es mi locura.... Bien sabes que la infame añadió expresándose con mucha rapidez en voz baja , lejos de corregirse, progresa horriblemente en el escándalo.... Me han dicho que tú también la desprecias.... Pues bien, unámonos para castigarla.... Merece la muerte.... Castiguémosla y después... después seremos hermanos.
Pues hija dijo al cabo , yo te confieso que puedo enfadarme con todo el mundo y contigo también si me llegases a hacer alguna ofensa. Pues yo, contigo, no replicó con una sonrisa particular la Socorro. Amparo volvió a mirarla fijamente y con sorpresa. ¿Qué quieres decir con eso, que me desprecias? Lo que tú quieras profirió con el mismo gesto de desdén.
?Es esto todo lo que tienes que decir? haciendo parte a pesar tuyo de una raza que tu desprecias, tu que quieres ennoblecerla elevandote hasta nosotros ipuedes olvidar los dones de nuestros conocimientos sublimes y caer en los bajos pensamientos de la muerte! no te reconozco.
Yo no os conozco dijo la joven , pero me siento unida á vos por un poder invencible; conozco que al separarme de vos, mi alma se rompería; no he amado nunca; vos sois el primer hombre á quien amo: ¿queréis mi amor? ¡Vuestro amor! exclamó asustado Montiño. ¡Qué! ¿le desprecias? ¡Ah! ¡señora! vuestro amor es la gloria. Dorotea se arrojó en los brazos de Montiño.
Hubiese preferido que vinieras desde hace años... porque entonces estaría seguro de que la conoces en su maldad íntegra, y que ya la desprecias ahora. Yo soy el único que debe sufrir la condenación de quererla a pesar de todo... Es una muchacha digna de que se la maldiga. Siguió un silencio largo.
Júrame que no me abandonarás. Que me querrás siempre... que no me desprecias porque soy débil contigo... porque te quiero. Isidro lo juraba todo sin hablar; lo juraba con sus manos inquietas, con sus labios acariciadores, con el viril estrujón que hacía caer vencida y esclava en entre sus brazos a aquella alma simple y primitiva, ansiosa de ideal.
El cobrador, silencioso, parecía también comprenderlo; al menos tomó la moneda con un desagrado tan visible, que Krilov se indignó. Asestó contra el cobrador sus gafas, a modo de cañones, y se dijo, al recibir el billete: «¡Me desprecias, canalla! Lo que no te impide robar a la Compañía. Os conozco a todos.»
Palabra del Dia
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