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Actualizado: 21 de junio de 2025
Es que usted, poeta dijo Maltrana , no conoce la poesía grandiosa que emana del dinero manejado por un hombre de genio. Todas las fantasías poéticas, por bellas que parezcan, resultan frías e infecundas, como los placeres solitarios. Es más hermosa la acción, el abrazo de los hechos, el estrujón carnal de la realidad.
Ya tenemos a Periquito hecho fraile dijo doña Lupe, que después de haber recibido el estrujón en el pasillo, entraba tras él, radiante de dicha, porque se le quitaba de encima aquella fiera boca . ¿Y de dónde? De Orihuela, tía replicó el clérigo frotándose las manos . Mala catedral; pero ya veremos si sale una permuta. Canónigo te vean mis ojos, que Papa como tenerlo en la mano.
Júrame que no me abandonarás. Que me querrás siempre... que no me desprecias porque soy débil contigo... porque te quiero. Isidro lo juraba todo sin hablar; lo juraba con sus manos inquietas, con sus labios acariciadores, con el viril estrujón que hacía caer vencida y esclava en entre sus brazos a aquella alma simple y primitiva, ansiosa de ideal.
Ambos contendientes seguían en pie; se miraban como extrañados de que no hubiese ocurrido nada. De pronto, el barón echó a correr hacia su enemigo, éste avanzó a su encuentro, y chocaron ambos sus pechos, mientras los brazos se cruzaban espontáneamente en un estrujón amoroso.
¿Yo...? Se lo mando a usted... Acuéstese usted al momento. No le fue a ella posible entonces librarse de un abrazo apretado, y en aquel segundo estrujón, oyó estas cariñosas palabras: «¿No vale más que nos expliquemos como buenos amigos? Hijita de mi alma, si te enfurruñas, no llegaremos a entendernos». Jacinta fue bruscamente desarmada.
Isidro, con impúdica imaginación, se las representaba en el abandono de su dormitorio, mostrando misterios de nácar y rosa al través de la espuma de sus blondas, agarradas al hombre amado con el supremo estremecimiento del deseo, olvidándose de las vanas grandezas de la vida, concentrando toda su existencia en el violento estrujón carnal.
Y los dos amigos, pasando un pequeño puente, sintieron bajo sus pies la estabilidad del suelo firme, marchando entre los grupos que avanzaban al encuentro de los pasajeros con las manos tendidas o los brazos en alto, prontos al estrujón cariñoso. Un joven con acento español abordó a Fernando. «¿El señor Ojeda?...» Venía de parte del tío de su cuñado.
Era un reloj de repetición, y en su presencia era forzoso andar con mucho cuidado, porque en seguida le faltaba tiempo para ir con el cuento a su papá. Días antes había hecho reír al buen señor con esta delación inocente: «Papá, dice D. Manuel que yo salgo a ti... en que guardo todos los cuartos que me dan». Lo que le valió un cariñoso estrujón y un beso de su papá querido.
Palabra del Dia
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