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Pero, ¿qué tienes, hijo? insistió la señora . ¿Estás malo?... ¿Por qué lloras? Un inmenso desconsuelo, que desgarraba el alma en aquella carita de ángel, se pintó en las facciones del niño; con los dientecillos apretados y los ojos rebosando lágrimas y amarguras, contestó al cabo: Porque estoy solo. Mi mamá no ha venido. ¡Nadie ha visto mis premios!...

Allí levantó la cabeza, y enderezó lo más que pudo la mirada al ventanillo de la puerta; y tal efecto le produjo la expresión dulce y melancólica de la carita de Nieves, incrustada en el hueco, y el cariñoso interés con que le miraba a él, al ínfimo Cornias, que comenzó a inflar los carrillos y amagar sollozos; con lo cual Nieves se enterneció también algo, y ninguno de los dos articuló palabra.

«¡Qué ordinario es esto! exclamó, sin poderse contener . Vaya, que me traes a unos sitios... ¡Bah, bah!... ¿No te gusta conocer las costumbres populares? A me encanta el contacto del pueblo... Para otra vez, marquesa, iremos a uno de los buenos restaurants de Madrid... Perdóname por hoy... Tenías carita de hambre atrasada. Esto no es para dijo Isidora con remilgo.

La seguí, riéndome a pesar mío del extraño aspecto que la daban aquel chal tan largo que arrastraba por el suelo y el enorme sombrero de calesín, en el que desaparecía su delicada carita. La pobre muchacha resultaba irresistiblemente cómica. Entré detrás de ella en la iglesia, con cuidado para que no me viera.

¡Me dijo que me fuera!... ¡Me dio dos pesetas! gritó al fin el niño con gran desconsuelo; y sollozando amargamente, escondió la preciosa carita en el seno de su madre.

Ya ves qué carita de Pascua, qué patillas de azafrán, y qué barba afeitadita y qué labios de carmín. Aquellas mejillas que parecen afeitadas me dan un asco... Pero donde aparece de oro el tal es en el trato.

Otras veces decía: «Carril, gobernador de San Juan, me hizo un desaire desatendiendo mi recomendación por Carita, y me eché por eso en la oposición al CongresoMentía. Sus enemigos decían: «Tenía muchas acciones en la Casa de la Moneda, y propusieron venderla al Gobierno Nacional en 300.000 pesos.

Desde que se cruzaron las primeras palabras de aquella conferencia, que no dudo en llamar memorable, cayó Izquierdo en la cuenta de que tenía que habérselas con un diplomático mucho más fuerte que él. La tal doña Guillermina, con toda su opinión de santa y su carita de Pascua, se le atravesaba.

En una de las frecuentes escapatorias al desván, Carmen había descubierto entre inservibles trastos la imagen tallada en madera de un Niño Jesús. Medía un palmo de altura, estaba desnudo y era una escultura tosca. La carita, atristada y borrosa, tenía unos ojos clementes, de los cuales habían resbalado a las mejillas unas lágrimas de muy dudoso arte.

Y se echó a llorar amargamente, con el corazón encogido, escondiendo la preciosa carita en el seno de su madre, como si buscara allí lo que encuentra la más pequeña golondrina en el fondo de su nido: el calor de la ternura materna.