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Actualizado: 25 de junio de 2025


Pero queremos ser clementes con todos esos seres impalpables que por tanto tiempo han sido nuestros conocidos, lo mismo con Rogerio Chillingworth que con sus compañeros. Es asunto digno de investigarse saber hasta qué punto el odio y el amor vienen á ser en realidad la misma cosa.

Ambos fueron justos, ambos valientes y generosos, piadosos y clementes, en ambos lucieron las dotes que distinguen á los grandes reyes, y sin embargo ni el uno ni el otro lograron hacer época en los anales de la civilizacion árabe-hispana.

Prometeo está encadenado a la roca, y en torno de él, chapoteando las olas, las clementes oceánidas, las ninfas del mar, se apiadan del suplicio del héroe. «¿Qué has hecho, desgraciado, para que así te castiguen los dioses?» «He enseñado a los mortales a que no piensen en la muerte» contesta Prometeo. «¿Y cómo lo conseguiste?» «Les he hecho conocer la ciega esperanza».

31 Entonces sus siervos le dijeron: He aquí, hemos oído de los reyes de Israel, que son reyes clementes; pongamos pues ahora sacos en nuestros lomos, y sogas en nuestras cabezas, y salgamos al rey de Israel; por ventura te dará la vida. Y él respondió: Si él vive aún, mi hermano es.

Si para lograr este fin se valió de la Inquisición, quemó herejes e hizo no pocas otras atrocidades e insolencias, muy mal hecho estuvo; pero ¿dónde fueron entonces los príncipes y los gobiernos más clementes y humanos? Ni en calidad ni en cantidad pueden compararse las víctimas sacrificadas por Felipe II a las que sin Inquisición se sacrificaron en Alemania, en Francia o en Inglaterra.

¡Vaya! dijo; que el secretario ponga un volante al teniente de la Guardia Civil, ¡para que le suelten! ¡No dirán que no somos clementes ni misericordiosos! Y miró á Ben Zayb. El periodista pestañeó. De mala gana y con los ojos casi llorosos iba Plácido Penitente por la Escolta para dirigirse á la Universidad de Santo Tomás.

Enseñando á hombres con escasas nociones morales, que deben ser humanos y clementes, caritativos con el huérfano y con el desvalido; fieles á la amistad; gratos á los favores recibidos; enemigos de la holgazanería y del vicio; conformes con los cambios de fortuna; amantes de la verdad, tolerantes, justos y prudentes siempre.

En una de las frecuentes escapatorias al desván, Carmen había descubierto entre inservibles trastos la imagen tallada en madera de un Niño Jesús. Medía un palmo de altura, estaba desnudo y era una escultura tosca. La carita, atristada y borrosa, tenía unos ojos clementes, de los cuales habían resbalado a las mejillas unas lágrimas de muy dudoso arte.

Un minuto más que hubiera ella tardado, y el pobre Santo, indefenso, hubiera perdido sus dos ojitos clementes, llenos de lágrimas. Irguióse la muchacha, indignada, con el Niño en los brazos, y le besó con ternura compasiva, dispuesta a defenderle y amarle contra todas las sombras perversas de Rucanto.

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