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El techo era un portento, pues no parecía sino la convexidad de admirable gruta adornada de estalactitas, de corales, madréporas y raras especies de aquella parte del reino vegetal que con el mineral se confunden.

Aquellos mares parecían tan hondos, que habían reprimido el empuje del fuego central impidiendo que brotasen islas montañosas sobre su superficie. El coral y las madréporas no habían levantado arrecifes por ninguna parte ni habían formado atolones.

Cuando duerme en calma y el sol brilla en la altura, me deleitaba mirando al abismo, á cincuenta metros á mis piés, buscando monstruos en los bosques de madréporas y corales que se columbran al través del límpido azul, las enormes serpientes que, al decir de los campesinos, dejan los bosques para vivir en el mar y adquirir formas espantosas... Por las tardes que es cuando, dicen, aparecen las sirenas, las espiaba yo entre una y otra ola, con tanto afan que una vez creí distinguirlas en medio de la espuma, ocupadas en sus divinos juegos; distintamente sus cantos, cantos de libertad, y percibí los sonidos de sus argentinas arpas.

Otro tanto sucede con las madréporas. En su desnudez presente, convertidas de pinturas en esculturas, más abstraídas, digámoslo así, parece que intentan revelarnos el secreto de esos pueblecillos cuyo ornamento constituyen.

Sus primeros seres, las madréporas, dichosos de enterrarse en el suelo hubieran suministrado los fundamentos, por medio de sus alabastrinos ramajes, sus meandros y sus estrellas. Encima sus ondulosas hermanas, con sus cuerpos y sedosos cabellos habrían constituido un blando lecho viviente para abrazar cariñosamente á la divina Madre en medio de sus ensueños de eterno alumbramiento.

Con la ayuda de los acerados dientes de los aparatos automáticos de Toselli, que á prevención llevábamos, arrancamos varias madréporas, cuyos brillantes colores desaparecían tan luego dejaban de ser acariciadas por las revueltas madejas de sus hermanas las marinas algas.

Nuestro Museo de Historia Natural, en su harto reducido recinto, es un palacio de hadas, residiendo allí, al parecer, el genio de las metamorfosis de Lamarck y de Geoffroy. En la sombría sala del piso bajo, las silenciosas madréporas fundan el mundo, más vivo por momentos, que se eleva encima de ellas.

Entre esos resucitados, lo primero que veo son mis madréporas. Hasta entonces, la piedra muerta y el calizo grosero tuvieron el interés de la vida. Cuando Lamarck los juntó, explicando su constitución en el Museo, acababa de sorprendérseles en el misterio de su actividad, ocupados en sus inmensas creaciones, habiéndonos enseñado cómo se fabrica un mundo.

Los acalifos, llamados ortigas de mar, abundan mucho en aquellos mares, y entre los pólipos se cuentan los anémonas de mar, las madréporas y los corales, que llegan á constituír en los mares filipinos numerosos arrecifes sumamente peligrosos para la navegación, cuyos arrecifes dan lugar con el tiempo á nuevas islas, como son la mayor parte de las llamadas Carolinas y Palaos.

Se pone blanda, vacilaPerfectamente: el calizo que les falta abunda de tal suerte en el mar, que cubre todas sus conchas y madréporas constructoras, hasta formar continentes. Sus peces, la hacen viajar por bancos y por flotas inmensas, tan inmensas, que desparramado por las costas ese rico alimento, sirve de abono.