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Actualizado: 31 de mayo de 2025
En gran número, preñadas y sin defensa contra el implacable azote, unos y otras fueron lanzados á la costa y destruidos por el porrazo. Dos de las hembras parieron en la playa, lanzando gritos desgarradores, ni más ni menos que nuestras mujeres, y con sus lamentos parecían querer indicar que se preocupaban de la suerte que cabría á sus hijuelos. Las sirenas. Acabo de abordar; heme aquí en tierra.
Si no acudieran mas de mil sirenas A dar de azotes á la gran borrasca, Que hacia el saltarel por las entenas. Una, que ser pensé Juana la Chasca, De dilatado vientre y luengo cuello, Pintiparado á aquel de la tarasca, Se llegó á mí, y me dixo: de un cabello Deste bagel estaba la esperanza Colgada á no venir á socorrello.
Bastaba decir que las sirenas, los unicornios navales y los caballos de mar andaban como moscas, y que un gigante, con los ojos encarnados, tenía en la cueva su misteriosa morada.
Caminaron algunos pasos, y añadió: Es lástima que no queden sirenas. Y sin embargo, aún las había en tiempos de Colón... ¿No sabe usted eso?
No había marchanta que resistiera a las gracias, al donaire y a la fuerza de las evoluciones de aquellos hechiceros. Pero éstos eran los tenderos dandys; había además los tenderos sirenas, llamados así porque su cuerpo estaba dividido por la línea del mostrador como el de la encantadora deidad de los mares está dividido por la línea del agua.
Las olas son, María, aquellas sirenas seductoras y terribles, en cuya creación fantástica las personificó la florida imaginación de los griegos: seres bellos y sin corazón, tan seductores como terribles, que atraían al hombre con tan dulces voces para perderle.
Los arroyos que corren por la montaña no arrastran, como nuestros torrentes, despreciables guijarros y arena: llevan consigo polvo de rubíes, granates y zafiros: el bañista que nada entre sus ondas puede revolcarse, como las sirenas, en un lecho de piedras preciosas.
La naturaleza tiene para sus amantes seducciones de las que es preciso desconfiar como de la voz de las sirenas ó de la belleza de la hada Melusina. ¡Haciéndonos amar demasiado la soledad, nos arrastra lejos del campo de batalla, donde todo hombre de corazón tiene el deber de combatir por la libertad y la justicia!
El mismo Yurrumendi aseguraba, según Zelayeta, que aquellas gradas estaban hechas para que las sirenas pudieran ver desde allá las carreras de los delfines, las luchas de los monstruos marinos que pululan en el inquieto imperio del mar.
El golfo de las sirenas.
Palabra del Dia
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