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Actualizado: 5 de mayo de 2025


Todas las lecturas antiguas sobre España, todos los prejuicios y errores tradicionales reaparecían de golpe con sólo un paseo de dos horas por una isla de África. El «doktor» alemán que pedía una corrida de toros a las siete de la mañana, alardeaba de sus conocimientos hispánicos llamando «cuadrilleros» a todos los que había encontrado en tierra vistiendo uniforme militar.

Un estallido de alegría germánica borró los últimos murmullos de la decepción causada por Isidro. La risa fue general al ver entre los gendarmes al «doktor» el mismo del que hablaba Maltrana en Tenerife , enorme de cuerpo, grave de rostro, con sus barbas de un rojo entrecano y gruesos cristales de miope.

Va usted a ver, Ojeda, como esto termina mal dijo con rabia . Yo no vengo aquí para hacer reír... Al primer tío de ésas que me toque, le suelto un mamporro. El mayordomo, discreto, adivinando los pensamientos de Maltrana, hizo una seña; los gendarmes volvieron sobre sus pasos y el escribano se apresuró a dar otro nombre: Herr Doktor Muller.

Era el banquete de adiós a los viajeros: una comida igual a todas, pero con un discurso del comandante y otro del «doktor», que en nombre de los alemanes y extranjeros agradeció, con lenta fraseología semejante a un crujido de maderas, las grandes bondades que aquél había tenido con el pasaje.

Hasta un señor alemán que todos llamaban «doktor», sin saber ciertamente el porqué del título le había preguntado, al enterarse de que Tenerife era isla española, si tendría tiempo para presenciar una corrida de toros.

Y Maltrana reía pensando en la posibilidad de una corrida imaginaria a las siete de la mañana, organizada a toda prisa para dar gusto al «doktor». Nadie le había invitado a bajar a tierra, y él deseaba evitarse gastos. El amigo Fernando estaba enterado del poco dinero con que emprendía su viaje.

Sonó el trompetazo del bautizo, y el «doktor» chapoteó en la piscina, defendiéndose de las manotadas de los negros, ridículo en su aturdimiento de miope, majestuoso por la importancia que concedía al acto y la seriedad con que se alejó chorreando agua sucia por ropas y barbas, luego de recobrar sus anteojos. Continuó la fiesta con visible decaimiento de la curiosidad.

Cuando su amante le llevó otra vez á la casa de la doctora, fué recibido por ésta lo mismo que si perteneciese á su familia. Ya no tenía por qué ocultar su nacionalidad. Freya le llamó simplemente Frau Doktor. Y ella, con un entusiasmo verbal de profesora, acabó de catequizar al marino, explicándole el derecho y la razón de su país al entrar en guerra con media Europa.

Ojeda contemplaba al «doktor» con cierto asombro. Iba a América contratado por un gobierno para dar lecciones de química en la Universidad del país.

Palabra del Dia

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