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No tenía sueño; por el contrario, sentía como una exaltación de todo su ser, y una ansiedad confusa, un desorden en todas sus ideas; reaparecían en su espíritu las historias de amor evocadas por la abuelita de las Aliaga, luego la escena extraña en el comedor, la tragedia de Laura, la expresión de dolor en la cara de Julio; en seguida afluyeron también las imágenes de sus antepasados atormentados de pasión, y su abuela mística y sus éxtasis incomprendidos; todo desfilaba con una agitación de pesadilla y la rodeaba como de una atmósfera sugestionante.

Unas veces se enviaban presentes como los que se cruzan entre tribu y tribu: frutos del lejano país. Otras, enemistados de pronto sin saber por qué, avanzaban los puños sobre las bordas, gritándose insultos en los que reaparecían metódicamente, á cada dos palabras, la Virgen y su santo hijo. Esta era la señal para que el tío Caragòl, alma religiosa, volviese con altivo silencio á su cocina.

Desde allí, ¡vaya usted a saber a dónde irían aquellos caballeros hasta las tres de la tarde, hora en que reaparecían un momento en la vía pública... para volver otra vez al Sport-Club, a observar, a murmurar, a comer, a jugar, a vestirse, etc., etc.! Y los más de ellos eran casados o «hijos de familia».

Y cuando los veían a través de las ventanas del fumadero jugando al poker, con la mirada fija en los naipes y la frente rugosa, preocupada, sonreían satisfechas, lo mismo que si acabasen de sorprenderlos practicando una virtud. Sus inquietudes reaparecían al encontrarlos en plena cubierta, aunque estuviesen enfrascados en una conversación de negocios.

Y mientras tanto, su exterior señoril iba sufriendo una transformación, que no se escapaba a los ojos de Fernando. Transcurrían meses y meses sin que algo fresco viniera a adornar su belleza, ávida en otra época de costosas novedades. Al sucederse las estaciones reaparecían los mismos vestidos del año anterior, hábilmente retocados. Su guardarropa de París podía sacarla de apuros por mucho tiempo.

La arquitectura y la arqueología, la historia y la leyenda, extrañas completamente al alegre caserío gaditano, reaparecían, pues, á mi vista con sus venerandos caracteres. Grandes escudos heráldicos campeaban encima de varias puertas, ó en los espaciosos lienzos de fortísimos muros, ó en el herraje negro y feudal de rejas y balcones.

Luego reaparecían, asomando a flor de agua su cabeza semejante a una pelota negra con mostachos. Esta isla era el término de su avance desde los glaciales mares del Sur. Hasta allí llegaban, viniendo de los bancos de hielo, para explorar la amplia boca del estuario del Plata. Desapareció el sol tras una barrera de nubes. Esfumábase la costa con una bruma rojiza.

Eran mujeres y niños en su mayor parte, todos sucios, negros, con el cabello enmarañado, el ardor de los apetitos bestiales en los ojos, el desaliento del animal débil en la mandíbula caída. Vivían ocultos en los escombros de sus casas. El miedo les había hecho olvidar el hambre; pero al verse libres de enemigos, reaparecían de golpe todas sus necesidades, incubadas por las horas de angustia.

Para su imaginación, ésta era la mayor deshonra que puede sufrir un hombre. Al trastornarse su existencia con las agitaciones de la guerra, reaparecían las mismas angustias. Completamente despierto, en pleno uso de razón, sufría un suplicio igual al que experimentaba en sueños viendo su nombre sin honra al pie de un documento incobrable.

Todas las lecturas antiguas sobre España, todos los prejuicios y errores tradicionales reaparecían de golpe con sólo un paseo de dos horas por una isla de África. El «doktor» alemán que pedía una corrida de toros a las siete de la mañana, alardeaba de sus conocimientos hispánicos llamando «cuadrilleros» a todos los que había encontrado en tierra vistiendo uniforme militar.