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Desde allí, ¡vaya usted a saber a dónde irían aquellos caballeros hasta las tres de la tarde, hora en que reaparecían un momento en la vía pública... para volver otra vez al Sport-Club, a observar, a murmurar, a comer, a jugar, a vestirse, etc., etc.! Y los más de ellos eran casados o «hijos de familia».

En fin, bien o mal bautizado, ello es que había en aquel entonces en Madrid ese Sport-Club, y que, a juzgar por lo que en él se contenía y pasaba, era como la casa de todos los que no la tenían, o no querían tenerla, o la frecuentaban muy poco. Por el Club iban sus socios a todas partes, y de cualquier parte que vinieran daban en el Club. Lo que hacen los simples mortales con el propio domicilio.

Claro está que una cosa de tal índole no podía ser bautizada a la española: por eso se llamaba Sport-Club, nombre que, tras de ser inglés, dejaba traslucir ciertas aficiones de la gente de adentro a un espectáculo que no se concibe en España más que en caricatura.

La cual ha vuelto a adquirir la expresión risueña, el mirar malicioso y el picante gracejo de sus mejores días, señales evidentes de que su espíritu ha recobrado también la serenidad y el vigoroso temple que pasajeras vicisitudes le habían hecho perder; y es la verdad, así como lo es también que esta reconstitución moral irradia sobre el físico de la marquesa ciertas luces de estival hermosura, que justifican bien el elogio que de ella nos hizo Manolo Casa-Vieja; es, en suma, y como diría un distinguido barbián del Sport-Club, «una gran mujer que comienza a ajamonarse, pero sin el menor síntoma de embastecerse».

Porque el Sport-Club de que yo voy hablando dejó de existir hace mucho tiempo. Y es bueno que conste así.

Pues bien: en el Sport-Club, a las dos de la mañana, y en una sala de las más concurridas a aquellas horas en que duermen y reposan las gentes ordinarias que todavía conservan los resabios del trabajo y del hogar, departían afectuosamente, arrimados a una mesa, Manolo Casa-Vieja y Paco Ballesteros, después de haber tomado chocolate a la vainilla el uno, y el otro buena ración de biftec con media botella de Burdeos.

Podrá faltarles abolengo conocido a las notabilidades de esta especie; pero vicios y afición a exornarlos con todos los recursos del dinero... ¡a buena parte iban con la cláusula los de la pata del Cid! Lo que nunca se ha puesto en claro es de qué enfermedad vino a morir el Sport-Club, cuando con este ingreso de ricos despilfarradores parecía haber asegurado su existencia por largos años.