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¡Si no le he visto, mujer; si no le he visto! repetía dulcemente el anciano. Olóriz, en pie delante de nosotros, pálido, silencioso, hacía una figura verdaderamente desgraciada, tirándose con mano convulsa de la barba hasta arrancarse algunos pelos. Tomé el partido de dejarla desahogarse. Cuando hizo una pausa, le dije en son de broma: Vaya, Raquel, no sea usted tan nerviosilla.

Por fin vemos a doña Ana Ozores, que da nombre a la novela, como esposa del ex-regente de la Audiencia D. Víctor Quintanar. Es dama de alto linaje, hermosa, de estas que llamamos distinguidas, nerviosilla, soñadora, con aspiraciones a un vago ideal afectivo, que no ha realizado en los años críticos.

Yo soy hija de juez dijo la que seguía a la nerviosilla ; y siendo hija de juez, a mi papá le sirven cuatro alguaciles, de levita, y le llaman usía; y además le pagan una onza cada día todos los españoles; y cuando va a Madrid, vive en los palacios del rey; y la otra noche me dijo en la mesa que si le tocaba la lotería me iba a comprar una caja de música.

No son extremos, Quintanar dijo Ana sollozando y haciendo esfuerzos supremos para idealizar a D. Víctor que traía el lazo de la corbata debajo de una oreja. Bien, vida mía, no serán; pero estás mala. Ayer amagó el ataque, te pusiste nerviosilla... hoy ya ves cómo estás.... tienes algo. Ana movió la cabeza negando.