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Nadie dirá que yo, ex-regente de Audiencia, que me jubilé casi por no firmar más sentencias de muerte, nadie dirá, repito que tengo ese punto de honor quisquilloso de nuestros antepasados, que los pollastres de ahí abajo llaman inverosímil; pues bien, seguro estoy, me lo da el corazón, de que si mi mujer hipótesis absurda me faltase... se lo tengo dicho a Tomás Crespo muchas veces... le daba una sangría suelta.

Quintanar le había pedido a Paco un batín para reemplazar la levita de tricot que se le enredaba en las piernas. El batín le venía ancho y corto. Era de alpaca muy clara. El Magistral se encontró en la escalera con Visitación y Quintanar que buscaban por los rincones la petaca del ex-regente que Edelmira y Paco habían escondido.

Doña Petronila se despidió antes de que el atribulado ex-regente pudiera echarle el tanto de culpa que la correspondía en aquella aventura que él reputaba una desgracia. Vamos a ver, Quintanar preguntó la Marquesa con verdadero interés y mucha curiosidad.... Señora... mi querida Rufina... esto es... que como dice el poeta... ¡No podían vencerme... y me vencieron...!

La frase era: ¿Vamos a la Rinconada? Mesía, callando, seguía a don Víctor. Una intuición singular le decía al ex-regente que pagaba bien al amigo su atención llevándoselo a casa. ¿Por qué don Álvaro había de tener gusto en seguirle? Si se lo hubieran preguntado a Quintanar, no hubiese podido responder.

Comprendió el Magistral por qué torcidos senderos conocía el ex-regente las ligas de su mujer. También Quintanar tenía, además de vergüenza, celos. No podía saber De Pas hasta qué punto había llegado la debilidad de don Víctor, que se decía a mismo: «Probablemente este clérigo, malicioso como todos, estará sospechando... lo que no ha habido».

¡Cómo! ¿usted? ¡es usted... señor Magistral!... Un temblor frío, como precursor de un síncope, le corrió por el cuerpo al ex-regente, mientras añadía, procurando una voz serena: ¿A qué debo... a estas horas... la honra...? ¿qué pasa?... ¿Alguna desgracia?... «Pero este hombre ¿no sabe nadase preguntó De Pas que parecía un desenterrado.

Y en tanto el ex-regente, a quien aquellas sombras del salón y aquella discreta luz del farol de enfrente y del cuarto de luna parecían muy a propósito para confesar sus picardías eróticas, continuaba el relato, para decir de cuando en cuando, a manera de estribillo: ¡Pero qué fatalidad! ¿Cree usted que por fin la hice mía? ¡pues, no señor! pásmese usted.... Lo de siempre, me faltó la constancia, la decisión, el entusiasmo... y me quedé a media miel, amigo mío.

Estaba muy habladora su querida mujercita. Le recordó mil episodios de la vida conyugal siempre tranquila y armoniosa. ¿No quisieras tener un hijo, Víctor? preguntó la esposa apoyando la cabeza en el pecho del marido. ¡Con mil amores! contestó el ex-regente buscando en su corazón la fibra del amor paternal.

Y la Regenta fue al baile del Casino, porque como ella esperaba, don Víctor se empeñó «en que se fuera, y se fue». Aquel acto de energía, verdaderamente extraordinario, le hacía pensar al ex-regente, mientras subían la escalera del caserón negruzco del Casino, que él, don Víctor, hubiera sido un regular dictador. «Le faltaba un teatro, pero no carácter.

Ver a su Anita alegre, expansiva, y allí, cerca del propio lecho, a los amigos jóvenes en cuya compañía se sentía él joven también, ¿qué mayor dicha? Ni la sombra de una sospecha se le asomaba al alma al noble ex-regente. Ya todo era silencio en la casa, todos dormían, y sólo en aquel rincón de la galería, junto a aquella ventana abierta había el ruido suave de un cuchicheo.