United States or Panama ? Vote for the TOP Country of the Week !


Herberto, es demasiada crueldad la tuya dijo llorando, demasiada crueldad... después de todo lo que he hecho para ayudarte. ¿No tienes lástima, no tienes... compasión? No, no tengo ninguna aulló. Quiero dinero, y debo obtenerlo. Me tienes que pagar mil libras en el término de una semana... ¿has oído? ¿Pero cómo puedo hacer eso? Espera y más tarde te daré esa suma, te lo prometo.

Probablemente había acudido a la cita alimentando la vana ilusión de ver si podía desembarazarse de su peligrosa posición; pero el hombre a quien llamaba Herberto descubrió pronto que él era el dueño de todos los honores en la partida empeñada. Vamos le dijo al fin, en su grosero lenguaje, si es verdad que no tienes dinero, dame el brazalete y asunto concluido.

¡Oh! ¡maldito sea Greenwood! estalló el sujeto. Dicen que siempre está en Londres contigo; pídele a él, entonces, que te haga dar por los abogados un poco de dinero. Puedes manifestarle que estás apurada, pues tienes que pagar unas cuentas, o alguna otra cosa por el estilo. Cualquier mentira será buena para él. Imposible, Herberto contestó, tratando de mantenerse serena.

Hasta ayer ignoraba por completo el verdadero móvil que había existido para obligarme a este casamiento, pero, ahora que lo he descubierto, veo cuán hábil y astuta ha sido la mente que lo ingenió. Herberto me buscó desde un principio, según parece, porque había oído al anciano señor Hales hacer una observación casual sobre la misteriosa y gran fortuna de mi padre.

Se había abrigado confortablemente con una gruesa capa de lana y una bien ajustada gorra con visera, la cual, traída sobre la frente y los ojos, medio ocultaba sus facciones. Realmente, Herberto, no puedo comprender el objeto que persigues la argumentarle. ¿De qué beneficio posible te puede ser semejante acción?

Herberto Hales contestó, no sin alguna vacilación. Después añadió: Pero deseo, señor Greenwood, que me haga el favor de no mencionar otra vez este penoso asunto. ¿Usted no sabe cómo me trastorna cuanto depende del silencio de este hombre?

Lo veía a menudo, y aun cuando sabía que llevaba una vida precaria cuidando caballos de carrera, le dejé que me festejara. Al principio, lo confieso, me enamoré de él, cosa que no pasó inadvertida para Herberto Hales, y durante ese verano en Mayvill, al caer la noche, tuve muchas entrevistas secretas con él en el parque.

Aun cuando, reflexionando con espíritu más sereno, no podía comprender la posición exacta que ocupaba este joven rufián que se llamaba Herberto Hales, o el significado verdadero de sus ominosas palabras finales de franco desafío, había conseguido, por lo pronto, arrebatar a mi amada de las garras de ese impudente, descorazonado y arrogante bruto y explotador, pero no me atrevía a prever por cuánto tiempo sería.

Nada más tengo que decir, salvo que es una relación muy poco apetecible. Fue Poldo quien le puso el apodo de «el Ceco». ¿Y el monje que se llama fray Antonio? Jamás he oído hablar de esa persona; nada de él. En la punta de la lengua tuve la pregunta de si tenía un hijo y si su nombre era Herberto, recordando aquella trágica escena nocturna en el parque de la mansión de Mayvill.

Hace dos años que una mañana salí sola de Londres y me reuní con él en Wymondham, donde previamente había estado parando por espacio de quince días, mientras mi padre estaba pescando. Herberto me recibió en la estación, y nos casamos secretamente, actuando como padrinos dos hombres desconocidos, elegidos a la ventura. Después de celebrada la ceremonia, nos separamos.