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El «ceco», así llamado por su ojo defectuoso, aparentemente era un hombre de recursos, porque sus propinas a los mozos y mucamas eran siempre generosas, y cuando estaban allí hospedados, tanto él como su hija, ordenaban lo mejor que podía procurarse. Venían de Florencia, pensaba el padrone, pero de esto no estaba seguro.

Sin duda alguna, le temía al Ceco. Y ciertamente que tenía razón de temerle exclamó fray Antonio, con sus obscuros ojos brillantes, vueltos hacia los míos en medio de la semiobscuridad. El Ceco no es un individuo fácil de manejar. Pero ¿con qué fin ha ido a Londres? le pregunté. ¿Acaso ha ido con malas intenciones?

¿Un enemigo tan mortal como el Ceco? le interrogué, mirándole a la cara mientras tanto. ¡El Ceco! tartamudeó, lleno de sorpresa por mi audaz pregunta. ¿Quién le ha hablado de él? ¿Qué sabe usted respecto a ese hombre? El monje se había olvidado evidentemente de lo que le había escrito en la carta a Blair. que está en Londres repliqué, tomando por guía sus propias palabras.

Bastaban, sin embargo, para demostrar que el sacerdote estaba en Londres con un propósito fijo, probablemente para persuadir a la hija de el Ceco de que le diera ciertos informes que deseaba conocer vehementemente, y que tenía la intención de obtener por medio de ciertos datos importantes que poseía. Pasaron varios días lluviosos y sombríos, y Bloomsbury presentaba su aspecto más melancólico.

¡Oh! ¿Y cómo sabe usted que he vivido en Italia? Pero con el fin de extraviarlo y confundirlo, me sonreí misteriosamente y respondí: El hombre que posee el secreto de Burton Blair también conoce ciertos secretos concernientes a sus amigos. Luego añadí intencionadamente: El Ceco es bien conocido en Florencia y en Lucca.

Parece que el Ceco, tiene la costumbre de parar en la vieja posada de la Croce di Malta, viniendo acompañado algunas veces de su hija, una joven muy linda. ¿De dónde suelen venir? ¡Oh! todavía no he podido averiguar eso contestó Babbo. Sin embargo, parece que las constantes visitas de el Ceco al monasterio capuchino, han despertado el interés público.

Es fama que era muy rico, y que al entrar en el convento de los capuchinos donó a la orden sus riquezas. También se sabe que tiene un amigo que quiere mucho, un inglés conocido por la gente de la ciudad, con el sobrenombre de el Ceco, porque tiene un ojo casi perdido. ¡El Ceco! grité. ¿Qué ha descubierto respecto de éste?

Recuerde que «el ceco» tiene malas intenciones, y proceda en conformidad a ellas. AddioInnumerables veces traduje, palabra por palabra, esta curiosa misiva. Me parecía llena de un significado y doble sentido ocultos.

Nada más tengo que decir, salvo que es una relación muy poco apetecible. Fue Poldo quien le puso el apodo de «el Ceco». ¿Y el monje que se llama fray Antonio? Jamás he oído hablar de esa persona; nada de él. En la punta de la lengua tuve la pregunta de si tenía un hijo y si su nombre era Herberto, recordando aquella trágica escena nocturna en el parque de la mansión de Mayvill.