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Pasamos una noche triste vagando por las principales calles de Manchester, sintiendo que con la muerte de Burton Blair habíamos perdido un amigo sincero; pero, cuando a la mañana siguiente nos encontramos en el hall del Queen's Hotel con Herberto Leighton, el abogado, y tuvimos una larga consulta con él, el misterio que rodeaba al muerto, aumentó considerablemente.

Me cercioré de que tenían en efecto un hijo y que se llamaba Herberto, pero que no era de muy buena conducta. Estaba ocupado en las caballerizas de Belvoir explicó su madre cuando yo la interrogué sobre él. Pero hace como dos años que salió de allí, y desde entonces no lo hemos vuelto a ver. Algunas veces nos escribe de diferentes puntos y parece que prospera.

Porque contestó al fin lentamente, en una voz trémula y tan baja, que apenas pude oír las fatales palabras que pronunció ¡porque ya estoy casada! ¡Casada! exclamé tartamudeando y quedándome rígido. ¡Y su esposo! ¿Cómo se llama? ¿No adivina usted? me preguntó. ¿No lo sospecha? El hombre que ya ha tenido oportunidad de conocer: Herberto Hales.

Acabo de conseguir descubrir la verdad y conocer el móvil profundamente escondido detrás de todo ello. Mi primer encuentro con Herberto Hales fue aparentemente casual y tuvo lugar en la calle Widemarsh, en Hereford. Era entonces una niña de colegio que estaba terminando mis estudios, y tan llena de ideas románticas sobre los hombres como les sucede a todas las niñas en esa edad.

Herberto Hales, a quien mi padre no conoció, y Dawson, se embarcaron en el mismo tren en que él partió para Manchester, y no tengo la menor duda de que tenían intención, si la oportunidad se les presentaba, de herirlo con el mismo cuchillo fatal con que más tarde se llevó a cabo el atentado contra usted. La muerte, sin embargo, les arrebató su víctima.

Cavilaba si ese documento, dedicado a ella solamente, escrito por el que no existía ya, y que había destruido la noche anterior, no tendría alguna conexión con el secreto de Herberto Hales. En verdad, cualquiera que fuese la índole de lo que ese hombre sabía, el hecho es que era tan poderoso su secreto, que la obligaba a venir de Londres para arreglar con él, si era posible, las condiciones.