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Puen bien prosiguió la madre , tu marido lo habrá notado inmediatamente y se habrá contentado con desarmarle. ¡Ah, madre mía, le odia tanto! ¡nos odia tanto a los dos!... y no es bueno, a más de eso; ¡es malo!

Querida señora... hija mía... dijo él con dulzura; tomándole la mano ; reponeos; se lo pido, y volved pronto a su casa... Esté usted segura de que este duelo no tendrá consecuencias funestas... Entre dos hombres que saben tirar, y que son casi de la misma fuerza, un duelo no es más que un asalto sin peligro. ¡Ah, le odia tanto! Las lágrimas la sofocaron.

Usted vive muy por encima de esos chismes y cuentos y no puede, en efecto, ser confidente de tales calumnias... A lo más, Elena pudiera haber oído algo... Entre mujeres... Lo dudo. Elena odia la maledicencia; pero, en fin, si usted lo desea, la interrogaré...

No hay pero que valga, niño díscolo repuso alegremente tirándole de la oreja . Ni he querido, ni puedo querer a nadie más que a ti. Acostumbrada como estoy a las comodidades y al lujo, ya comprenderás que no sería un plato de gusto. Mi amor propio también padecería mucho: tengo infinitos envidiosos, gente que me odia sin saber por qué.... En fin, que sería el hazme reir de ellos, ¿entiendes?

Don Juan, sepa usted, si no lo sabe, que yo tan bién tengo mi humanidad como cualquier hijo de vecino, que me intereso por el prójimo hasta que favorezco á los que me aborrecen. Usted me odia, D. Juan, usted me detesta, no me lo niegue, porque no me puede pagar: esto es claro. Pues bien: para que vea usted de lo que soy capaz, se lo doy al cinco... ¡al cinco

La contesté: «¡Una que la odia a usted!» Y la odiaba porque desde el primer instante la había notado distinta de ; había visto que era de otra casta, de otra raza, de otra alma, porque todas sus ideas, todos sus sentimientos eran opuestos a los míos; porque me disputaba aquel hombre. Yo no quería, no, conseguir para el amor de Alejo Zakunine, sino devolver su esfuerzo a la obra común.

Ante el público, ante la Europa, esos hombres son sus amigos: algunos son sus ministros, otros son sus consejeros de Estado, otros los diputados que apoyan sus decretos en las Cortes. Aparentemente el Rey les ama; pero en realidad les odia, les detesta. Por ellos se entroniza el sistema constitucional; ellos dan fuerza al liberalismo.

Para obtener su admiración precisa ser un poco charlatán y cursi. Escritores conozco de indisputable mérito, tanto en España como fuera de ella, a quienes si se les quitase los granitos de charlatanería con que sazonan sus obras, dejarían en el mismo punto de ser populares. Pero sobre todas las cosas de este mundo, el hombre adocenado odia la medida.

Odia toda suerte de tiranías; y por lo mismo, no dejándose imponer de sus braceros y empleados, después de regatearles cuarto a cuarto sus jornales, les paga religiosamente lo convenido. También es filántropo; y si no se le ve pródigo con los pobres que llegan a su puerta, no es por falta de buen deseo, ni por sobra de economía, sino porque no quiere alimentar vicios ni fomentar la vagancia.

Buenos soldados, pero incapaces de realizar los milagros que todos les atribuían. ¡Ese Tchernoff! exclamaba Argensola . Como odia al zar, encuentra malo todo lo de su país. Es un revolucionario fanático... y yo soy enemigo de todos los fanatismos.