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Se cree dijo el alférez que Lerma se haya puesto del lado de la reina. ¡Bah! eso no puede ser dijo uno. La reina odia al duque añadió otro. Creo más fácil que la Mari Díaz deje de ser envidiosa dijo un tercero. Prueba al canto contestó el alférez. Veamos. El confesor del rey, fray Luis de Aliaga, es á todas luces del partido de la reina. Indudablemente.

Si no se disgusta, mejor que mejor; así me evitaré un remordimiento. Cecilia es fría; ni quiere mucho, ni odia mucho tampoco. Es muy buena; no conoce el egoísmo. Pero siempre la encontrarás igual, ni alegre ni triste; incapaz de tomarse un disgusto por nada ni por nadie... Al menos, si se los toma, nadie lo conoce... ¿Qué haces? añadió volviéndose rápidamente.

El señor Mauricio Aubry está indispuesto con su tutor y la ausencia del señor Roussel en un día como este es buena prueba de lo que la digo. ; para entrar en mi casa, el marido de mi sobrina debía romper todos los lazos con el que me odia.... Era preciso que escogiera entre él y nosotras y así lo ha hecho. ¿Podría haber dudado un solo instante?

Me odia, me detesta, y yo le amo.... Ya usted ha visto cómo me trata.... ¡Y todas las gentes me envidian, y todos dicen que soy la más feliz de las mujeres!... ¿Feliz? Debe usted perdonar a Pepillo.... Le perdono... pero no puedo permitir que sea así.... La perversidad de ese niño crece de día en día.... ¡Por fortuna no vivirá mucho!... No le deseo la muerte, no. ¡Dios me libre de ello!

A propio se odia y aborrece, Que en verse sin su luz y clara estrella, A la muerte de veras él se ofrece, Que mas quiere morir que estar sin ella. La noche no durmió y no amanece, En su busca camina por aquella, La dama un poco duerme, porque suele En ellas aflojar cuando mas duele.

El viejo aparentará conformarse, os sonreirá, si conviene; pero estad seguros de que en aquel momento os odia; estad seguros de que una sonrisa de hiel vierte una lágrima sobre su corazon. ¡Ay del mundo, si se rociára la cabeza con aquella lágrima! No le hableis al viejo del sepulcro, por la misma razon que no debeis hablar al niño de la cuna.

Le suplica que se olvide de ella, que no la busque nunca, y sobre todo que la perdone por el daño que le ha causado involuntariamente. Su perdón es lo que reclama con más vehemencia... Cuando yo le diga que usted no la odia, esto le devolverá la tranquilidad que necesita para su nueva vida. Miguel quedó absorto. ¿Perdonar?... Alicia no le había causado ningún daño.

No voy, porque tu hermano me odia contestó claramente Martín. No, no lo creas. ¡Bah! Yo lo que me digo. El odio existía. Se manifestó primeramente en el juego de pelota. Tenía Martín un rival en un chico navarro, de la Ribera del Ebro, hijo de un carabinero. A este rival le llamaban el Cacho, porque era zurdo.

Si lo que yo hago es un crimen, que supriman la pena de muerte y reventaré de hambre en un rincón, como un perro. Pero si es necesario matar para tranquilidad de los buenos, entonces, ¿por qué se me odia?

Tiene la volubilidad, la indiferencia, y los momentáneos caprichos del niño: como este odia y ama, como este quiere y olvida, sucediéndose en los impenetrables misterios de su espíritu, las más fuertes impresiones, sin dejar el dolor la más ligera huella, ni el placer el más mínimo recuerdo.