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Miguelina comenzó diciendo Delaberge, perdóneme que vuelva sobre tan doloroso asunto, pero un interés mayor lo exige así... No eran vanos sus temores; mi vuelta a Val-Clavin ha despertado la maledicencia y hace un momento me he encontrado en el camino con una mujer a quien usted conoce muy bien, la Fleurota.

No por hacer callar a la maledicencia, de la que nadie se acordaba, a no ser Bonis, sino porque no había manera decorosa, ni aun medio decorosa, de continuar cubriendo las apariencias, ni tampoco recursos para seguir manteniendo los grandes gastos que causaban aquellos restos de la compañía disuelta, se comprendió la necesidad de que terminase aquel estado de cosas, como le llamaba Reyes.

Las calumnias con que la maledicencia perseguía a De Pas tenían un aislador en don Víctor; por su conducto no se propagaban, y aun tomaba a su cargo deshacer su perniciosa influencia. Doña Ana jamás había hablado a solas con el Magistral, y después que cesaron las visitas apenas volvió a verle de cerca. A lo menos ella no lo recordaba.

Por lo mismo, madre mía, suplico a usted que desmienta mis relaciones amorosas con esa mujer, y que no contribuya a difamarla y hacer acaso la infelicidad de su marido, que es un hombre excelente. Si el infeliz llegase a saber lo que, tan a pesar mío y tan sin fundamento, dice de nosotros la maledicencia, se moriría de dolor. ¡No lo permita nunca el cielo!

Pero las apariencias estaban en contra de doña Beatriz. ¿Declamaré contra ésta? ¿Y si era inocente? ¿Y si las apariencias eran engañosas? ¿Y si ella, ignorante aún de la vida, no notaba que, sin querer, quizá sin merecerlo, daba pábulo a la maledicencia?

Obdulia Fandiño, pocas horas después de saberse en el pueblo la catástrofe, había salido a la calle con su sombrero más grande y su vestido más apretado a las piernas y sus faldas más crujientes, a tomar el aire de la maledicencia, a olfatear el escándalo, a saborear el dejo del crimen que pasaba de boca en boca como una golosina que lamían todos, disimulando el placer de aquella dulzura pegajosa.

Aquellos argumentos puramente humanos, mundanos, que se podían oponer a Somoza y otros como él, eran lo de menos. Lo principal era mirar si había escándalo en precipitarse y tomar medidas que alarmasen a la opinión. Por culpa de ellos, por culpa de un excesivo cariño, de una extremada solicitud, podían dar pábulo a la maledicencia. ¿Qué esperaban sino eso los enemigos de la Iglesia?

Cada cual propende á figurarse, poniéndose él á un lado como excepción rara y punto menos que única, que por acá, intelectual y moralmente, todo está muy rebajado. La maledicencia, la más acerba censura, y la sátira más cruel se manifiestan en nuestras conversaciones y escritos y son lo que más agrada y se aplaude.

Calló por un momento; pero las palabras acudían a su boca pugnando por salir y no pudo menos de exclamar al cabo: ¡Has estado cruel y has sido traidora! He servido de pantalla. Me habéis hecho el blanco de la maledicencia. Os habéis conducido de suerte que todo Madrid me calumnia, que mi marido recibe anónimos delatándome, y que tal vez muera de dolor o se mate.

Pero ante todo debemos ser justos. ¿Podré decir que no hay en Francia gratos lugares y paisajes pintorescos? No; eso seria ó maledicencia ó sandez. Recuerdo que hace algunos años fuí de Montpeller á Marsella, y la Provenza me encantó con sus pequeñas casas, escondidas misteriosamente entre cipreses y palmeras.