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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Aquí se detuvo un momento como para ganar un poco de aplomo y después continuó dirigiéndose a sus dos huéspedes, aunque más particularmente a Miguelina: Mi comisión ha terminado y no es probable que se me presente nueva ocasión de volver a Val-Clavin.
En el sitio donde el camino forestal que bajaba a Val-Clavin cruzábase con el barranco que iban siguiendo, Delaberge despidió a sus acompañantes y se dirigió solo hacia Rosalinda; al cuarto de hora salió del bosque y vio ante sus ojos el parque y los jardines que rodeaban la casa.
Mientras a lo largo del camino se hundía su imaginación en el recuerdo del pasado y revivía los tiempos de Val-Clavin, no creía que se le hubiese tan completamente olvidado, ni esperaba que se le tratase como a un extraño... Esto le puso profundamente melancólico y con gesto displicente se sentó ante su mesa solitaria.
En los míos y en los derechos de los demás también, señor Voinchet repuso la joven con animada entonación; los habitantes de Val-Clavin, aun más que yo, merecen ver atendidas sus reclamaciones: son gente pobre y para conducir su ganado al pastoreo les será preciso caminar más de una legua a campo traviesa, pues no hay vía directa que una el pueblo con la tierra que ahora se les ofrece.
Sintió alarmarse la prudencia del funcionario, temiendo, en el caso de que la señora Princetot viviese todavía en Val-Clavin, verse expuesto a familiaridades comprometedoras para su carácter oficial. En verdad, decíase que veintiséis años pueden producir, aun tratándose de un pueblecillo, grandes y radicalísimos cambios.
¡Ah! se me olvidaba... Estará también una amiga de mi mujer, la señora Liénard, la que principalmente hace uso de los bosques de Val-Clavin... Quizás no te arrepientas de hablar con ella, pues si logras hacerle entender la razón, este negocio del deslinde irá como sobre ruedas... Es la más ardorosa y la más fuerte adversaria de la Administración... ¡Ea, hemos llegado ya!
Y volviéndose seguidamente hacia Delaberge prosiguió la dama: Puesto que ha venido usted a Rosalinda, permítame que le convide a comer, sin ceremonias... Ya sabe usted que en el campo se hacen las visitas en la mesa... Además tendrá usted compañía para volver a Val-Clavin, pues quiero que me prometa el señor Simón que al regresar de los bosques ha de venir aquí a comer con nosotros... ¡Buena es ésta! se interrumpió a sí misma riendo.
A partir de aquel día la señora Princetot fue la amante del guarda general, y éste ya no se fastidió como antes en Val-Clavin. El señor Princetot se ausentaba con frecuencia para ir a hacer sus compras de vinos o para venderlos a sus clientes de la montaña, de lo que los amantes se aprovechaban.
¡Señor Delaberge! murmuró con mayor sorpresa que alegría. Después añadió, mordiéndose los labios y sin levantar los ojos: No pensábamos verle a usted de nuevo en Val-Clavin. ¿El señor Delaberge? preguntaba de nuevo el Príncipe.
Esta mortificante decepción se le aparecía como un anillo más de la cadena de hechos dolorosos que iban sucediéndose desde su llegada a Val-Clavin. Una fresca brisa que bajaba de las alturas inclinaba muellemente los sembrados y movía con levísimo rumor las copas de los árboles.
Palabra del Dia
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