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Y cuando aún no habían llegado a los treinta y cinco años se sentían viejos, agrietados por dentro, como si se desplomase su vida, y comenzaban a ver rechazados sus brazos en los cortijos. Zarandilla, que había presenciado todo esto, indignábase de que tachasen de holgazanes a los braceros. ¿Por qué habían de trabajar más? ¿Qué aliciente les ofrecía el trabajo?... Yo he visto mundo, Rafaé.

Doña Bernarda, viendo próximos a realizarse sus ensueños de ambición, no se daba un momento de reposo. Indignábase ante la indiferencia y frialdad de su hijo. El distrito era suyo, pero no había que dormirse. ¿Quién sabe lo que a última hora podían hacer los enemigos del orden, que eran bastantes en la ciudad?

Vivía como siempre; comía con la mamá y las hermanas a la misma hora, pero las escuchaba como si fuesen seres extraños encomendados a su observación; sonreía interiormente al apreciar sus preocupaciones, indignábase sin romper su silencio, y apenas terminaba el motivo de esta reunión de familia, escapaba para ir en busca de Tónica y de la pobre ciega, sintiendo el anhelo de purificarse, cual si las palabras de los suyos estuviesen agarradas a su piel como asquerosas manchas.

Algunas veces, al encontrar en la calle a obreros despedidos de sus bodegas, indignábase porque no le saludaban. «¡! decía imperiosamente; aunque no estés en mi casa, tu deber es saludarme siempre, porque fui tu amo».

El Ingeniero indignábase al hablar de sus parientes. Su hermano el anticuario era un orgulloso, que desde que trataba, por su negocio, con marqueses y curas ricos, no había quien lo sufriese. No se veían una vez que no le echase en cara sus aventurillas y escándalos.

Pensaban en las ciudades jóvenes del otro continente, y al fin vendían sus bienes o los regalaban a la familia, embarcándose para no volver más. Indignábase Pep contra la tenacidad de su hijo, que se empeñaba en continuar siendo payés. Hablaba de matarlo, como si lo viese en un camino de perdición.

Era la Marquesita, que desde el balcón del ganadero de cerdos, indignábase contra aquella gentuza, antipática por su ordinariez, que osaba amenazar a las personas decentes. Sólo unos pocos levantaron la cabeza: Los demás siguieron adelante, insensibles a la ridícula agresión, deseando llegar cuanto antes al encuentro de los amigos.

El entusiasmo por la gloria de la casa les unía con tal familiaridad, que los enemigos murmuraban, creyendo que doña Bernarda, despechada por las infidelidades del cónyuge, se entregaba al lugarteniente. Y don Andrés que sonreía con desprecio cuando le acusaban de aprovechar la influencia del jefe en pequeños negocios, indignábase si la maledicencia se cebaba en su amistad con la señora.

Se dejó llevar a un hotel que éste escogió, y allí estuvo toda la mañana, tendida en un sofá de su cuarto, llorando, como si diese por cierta su desgracia. El talabartero, contento de verse en Madrid, bien instalado, indignábase contra esta desesperación, que le parecía ridícula. ¡Vamo, hombre!... ¡Lo que sois las mujeres!

Viudo desde muy joven, tenía sus dos hijas bajo la vigilancia de criadas jóvenes, a las que más de una vez sorprendían las pequeñas señoritas abrazadas a papá y tuteándole. La señora de Dupont indignábase al conocer estos escándalos y se llevaba las sobrinas a su casa para que no presenciasen malos ejemplos.