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Tal vez fuiste , ¡indina! que cansada de hacerme sufrir, acortaste el camino para que yo perdiese el miedo... Y dende entonses no hay en Jerez y en too su campo hombre más feliz y más rico que Rafaé, el aperador de Matanzuela... ¿Ves a don Pablo Dupont con toos sus millones? Pues a mi lao, ¡!; ¡cerato simple! Y toos los demás cosecheros ¡!

Y esta tierra nuestro, Rafaé, es como las muchachas que bajan de la sierra con el manijero. Van plagadas de la miseria que recogen en la gañanía; no se lavan la cara, comen mal; pero si las adecentasen, ya se vería lo bonitas que son. Una tarde de Febrero hablaban el aperador y Zarandilla de los trabajos del cortijo, mientras la señá Eduvigis lavaba la loza en la cocina.

Apenas echó pie a tierra, vio a Alcaparrón que vagaba por los alrededores del cortijo, con gestos de loco, como si la exuberancia de su dolor no cupiera bajo los techos. Se muere, señó Rafaé. Lleva ya ocho días de paecer.

Y cuando aún no habían llegado a los treinta y cinco años se sentían viejos, agrietados por dentro, como si se desplomase su vida, y comenzaban a ver rechazados sus brazos en los cortijos. Zarandilla, que había presenciado todo esto, indignábase de que tachasen de holgazanes a los braceros. ¿Por qué habían de trabajar más? ¿Qué aliciente les ofrecía el trabajo?... Yo he visto mundo, Rafaé.

¿Conque dijo escupiendo en el suelo con aire de desprecio eres el que proporcionas al señorito las mozas de la gañanía pa que se divierta?... Harás carrera, Rafaé. Ya sabemos pa lo que sirves. El aperador saltó como si recibiese un navajazo. Yo sirvo, pa lo que sirvo. Y pa matarme con un hombre cara a cara si es que me farta.

Y esta mocita preguntó Feli , ¿cuándo se casa?... ¡Anda! exclamó la vieja con impúdica risa . ¡Pues si ahí donde usted la ve, está más abierta que la puerta de la Macarena!... Es la mujé de mi hijo Rafaé, al que yaman el Boto... Tiene trece años; pero más mocita me casé yo con mi difunto... a los once.

¡Rafaé! ¡Rafaé! gemía María de la Luz inclinándose sobre el herido. Y como si la desgracia le hiciese olvidar su habitual recato, faltó muy poco para que le besase en presencia de su padre. El caballo murió en la mañana siguiente, reventado por la loca carrera. Su dueño se salvó después de una semana transcurrida entre la vida y la muerte.

Te quiero, y creo que te quise siempre, desde que éramos pequeños y venías a Marchamalo de la mano de tu padre, hecho un gañancito con tu ordinariez de la sierra, que nos hacía reír a los señoritos y a nosotros. Te quiero porque estás solo en el mundo, Rafaé, sin pare y sin familia: porque necesitas un arma buena que esté contigo, y esa soy yo.

Anda, Rafaé dijo ella con la precipitación del miedo; márchate en seguía. Amanece, y mi padre se levanta pronto. Además, no tardarán en salir los viñadores. ¿Qué dirían si nos viesen a estas horas?... Pero Rafael se resistía a irse. ¡Tan pronto! ¡Después de una noche tan dulce!... La muchacha se impacientaba. ¿Para qué hacerla sufrir, si se verían pronto?

Se detuvo junto a una reja, y al tocar ligeramente con los nudillos en sus maderas, se abrieron éstas, destacándose sobre el fondo oscuro de la habitación el arrogante busto de María de la Luz. ¡Qué tarde, Rafaé! dijo con voz queda. ¿Qué hora es?... El aperador miró al cielo un instante, leyendo en los astros con su experiencia de hombre de campo. Deben ser ansí como las dos y media.