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Tuvo cabo esta historia en la Era de César de 1342, e la escribió maese Cándamo. Feliz el que cubriendo su cabeza con la holanda sutil del blanco lecho, fija la mente en mágica belleza, se aduerme el alba en plácido reposo: y mil veces feliz y más dichoso si bebiendo en la copa del beleño, visita las mansiones encantadas que con oro y azul fabrica el sueño. ¡Oh, Nadir!

Estás cautivo, y el feroz sultán Ismael no soltará jamás los nudos de tus cadenas. tienes fértiles territorios, él posee grandes Estados; están en linde y deben confundirse, y con tu muerte, él los hereda como hermano de tu padre; triste catástrofe.... ¡Oh, Nadir, me inspiras compasión! ¡Oh, virgen hermosa!

Quien viene a verte en la torre de los Siete Sellos, algún poder tiene, y quien te habla desde un ajimez , alto cien codos del suelo, algo tiene de las propiedades de las aves, y el poder y la belleza sólo se rinden al placer. ¡Oh, Nadir, qué inadvertido eres!

Pero todo fué en vano; el hilo estaba ya roto, y ya me fué imposible remontar mi mente hasta los palacios de Armida, de donde bajé en un salto; y así, el artículo principiado con las mágicas razones de Híala y Nadir, fuerza fué acabarlo con la parla rastrera de mi académico Bartolo. Si no existiera la mujer hermosa fuera un bridón el ídolo del moro.

Nadir, a pesar de la indiscreción de que me acusas, tienes cierto oculto presentimiento de que te verás libre por arte y ayuda mía.

La credulidad, y la credulidad más ciega, es el único y cierto distintivo del amor. Así, Nadir, dejemos ese lenguaje, que, aunque lleno de flores, siempre presta alguna amargura, y dispongamos la evasión tuya y la fuga mía para cumplir tu sueño y completar nuestra dicha.

Mira, Nadir, cuál despliega el insecto hermoso su plumaje de iris para volar hasta ti, llevándote la llave misteriosa que ha de abrir los siete sellos que cierran las puertas de tu torre. Abre, huye, y escapemos juntos de la vileza y podredumbre del mundo de Arismane, y volvamos a la isla de los encantos; parte, vuela....

En efecto, en el siglo VII, que señala el "Nadir" del espíritu humano, empieza la preponderancia de las formas ancestrales resurgentes en pos de la desaparición del filosofismo, y la tenebrosa onda de infernalismo barbarizante que arranca de esa sima espiritual, oscurece a la Edad Media, destruyendo vidas y bienes, y retrasando por siglos el desenvolvimiento de la ciencia positiva y de los sentimientos humanitarios, porque constituye la base económica del poder de la jerarquía eclesiástica, que es en lo que está el secreto de sus exageraciones periódicas y de su duración.

Mira, Nadir, nos hemos echado en cara como defectos tres cosas, cada una mejor que la otra, y que juntas hacen el encanto de los sentidos y la delicia del espíritu; juntas, digo, forman el verdadero amor, y amor con juventud y belleza es el almíbar de los cielos. La compasión es ternura; ser inadvertidos es ser inocentes y crédulos... ¡Oh, Nadir!

Un sueño, una visión, cuyas circunstancias no quiero apuntarte, te han participado tal suceso, y las aventuras por donde has de pasar, y las finezas que me has de deber, y las delicias que juntos hemos de disfrutar, son casos tan verdaderos para tu fantasía, que todo lo crees con la mayor certeza; y es preciso confesar que no puede haber credulidad mayor como dar fe a las sombras del sueño. ¡Oh, Nadir, cuán crédulo eres!