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Dante a los nueve años escribía versos a la niña de ocho años de que habla en su Vida Nueva. A los diez años lamentó Tasso en verso su separación de su madre y hermana, y se comparó al triste Ascanio cuando huía de Troya con su padre Eneas a cuestas; a los treinta y un años puso las últimas octavas a su poema de la Jerusalén, que empezó a los veinticinco.

Aquí tienes, hija mía dijo mi madre, el hombre sensible como dicen las gentes. ¡Insensato, le llamo yo, cuya enfermedad cerebral le ha destrozado el corazón! Si el genio no es acompañado del buen sentido, no es genio, es locura; buena prueba de ello son el Tasso y Rousseau. Si Dios nos envía el genio, bien venido sea, pero una madre solamente debe desear para sus hijos el buen sentido.

Circe, la de Homero, antes de llegar á manos de nuestro dramaturgo, había hecho ya diversas correrías por las obras de los poetas románticos, bastándonos sólo recordar La Morgana, de Lancelote y de Boyardo; La Alcina, del Ariosto, y La Armida, del Tasso.

Fueron: el señor Foja, ex-alcalde, Paco Vegallana y Joaquín Orgaz. Los recibió el señor Guimarán en su despacho, lleno de periódicos y bustos de yeso, baratos, que representaban bien o mal a Voltaire, Rousseau, Dante, Francklin y Torcuato Tasso, por el orden de colocación sobre la cornisa de los estantes, llenos de libros viejos.

Parecida por su argumento á la anterior, y, como ella, de invención del autor, aunque la mitología desempeñe también su papel exterior. Ni en su pensamiento ni en su desarrollo es más que mediana. Es posible que la historia de Olimpo y Sofronia, del acto tercero, sea una reminiscencia del Tasso. Fieras afemina amor. Desenvuelve las hazañas de Hércules.

Aprendía con Tasso a sentirme miserable y sublime; sabía lo que Manfredo iba a buscar a las heladas cimas de los Alpes; me lamentaba con Tecla de la felicidad terrestre de la cual yo había gozado, de la vida y del amor, que habían concluido para . Pero, por sobre todo, Ifigenia era mi heroína y mi ideal.

Han hablado del asunto con motivo del duelo que Tasso describe en Jerusalén libertada: el Conde ha desafiado en broma a papá, pero éste ha contestado meneando la cabeza: «Esas no son ya cosas de nuestra edad!...» ¡Esta respuesta me ha disgustado tanto! ¿Entonces se cree viejo? ¡Y apenas tiene cuarenta y nueve años!

Tanto por el monólogo, en que pinta el Amor su poderío, como por algunas otras particularidades, nos recuerda la Aminta del Tasso.

»Después, oprimiendo mi brazo, que apoyaba en el suyo, y dirigiendo su vista al golfo de Nápoles, en aquel mar cuyas olas espumosas iban a extinguirse a nuestros pies, bajo aquel sol encantador que se ostentaba radiante: »¡Aquí exclamaba, en estas mismas playas de Sorrento, donde el Tasso vio la luz del día, donde él amó y donde sufrió!...

La mar agitada formaba esas enormes olas, que gradualmente, se «hinchan, vacilan y revientan mugientes y espumosas», según la expresión de Goethe, cuando las compara en su Torcuato Tasso con la ira en el pecho del hombre.